Tiene una tienda de marionetas.
Las colecciona desde pequeña.
También colecciona hombres.
Los cultiva en su pequeño huerto
y los sirve hervidos en las cenas.
Cuando nos invita a su casa
algún melindres se queja
de que están poco hechos
y su carne resulta dura.
Ella no se enfada.
Reconoce que no es buena cocinera,
y matiza que no se trata de la comida,
que lo importante del momento
es la compañía.
Entonces yo acostumbro a mirar mi plato.
Con sus ojos cerrados y
rojo como un cangrejo cocido
la cabeza de un tipo que seguramente
se creyó atractivo.
Nunca he tenido claro si por compañía
se refiere al menú o a los comensales.
Lo único que tengo claro
es que jamás me dejaré seducir
por ella.
No creo que esté muy bien de la cabeza
una mujer que llama huerto a su cama.