domingo, 30 de diciembre de 2012

ojalá







Has abierto el armario que te pedí dejar cerrado.

Dentro has descubierto un cenicero a rebosar,
 fotos de mujeres anteriores a ti
y un poema que me escribió la primera dama
 que dijo ser mi amiga.

Tu sonrisa se ha borrado, ha quedado pendiente el polvo que traíamos entre manos y el cenicero se ha caído de tus dedos esparciendo la ceniza que yo había acumulado con tanto mimo durante años.

No me has preguntado por qué lo guardaba todo.

Simplemente te has dirigido a mí con tu arma más maldita.
La que tanto temo y, la que una y otra vez,
 prometes no volver a usar.

"Esto no va a funcionar"
 me dices como si hablaras 
con alguien que has dejado hace tiempo.

Y a mí me pasa lo que me sucede siempre que la usas:
 que algo, que yo llamo alma para sentirme aceptado,
 se desploma entre mi ropa haciéndome sentir ridículo,
 ni siquiera desnudo.

Desnudo te conmovería, 
ridículo solo sirvo para encajar otra pieza
de ese rompecabezas que has fabricado
 para que no puedas pertenecer
del todo a ningún hombre.

Pienso entonces, mientras recoges tu bolso y tu abrigo,
 en guerras nucleares, animales maltratados, la lepra
 y las sabias palabras que me dio tu padre cuando te viniste a mi hogar:

¡OJALÁ QUE NO NOS LA DEVUELVAS NUNCA!

viernes, 28 de diciembre de 2012

los amantes y el fútbol






Ella me miró fijamente.
 Con esa mezcla de deseo y cariño que solo las mujeres inteligentes saben conjugar.

Comenzó a desabrocharse la blusa despacio y me dijo:

“quiero hacerlo contigo aquí mismo”

Yo me quedé helado. Había oído que algunas veces pasaba. 
Que, aunque pocos, 
algunos hombres habían tenido la suerte de tenerlo tan fácil
para abrazarse a la humanidad pura y desnuda de una mujer sin 
tener que hacer ningún esfuerzo.

Millones de años en el universo,
de combinaciones de moléculas, átomos y fuerzas...
se habían conjurado
para que ahora me estuviera pasando a mí.

Entonces, yo... miré a su marido un tanto perplejo y le pregunté:

“¿a ti te parece bien que me lo haga con tu esposa delante de ti?"

Y él, sin quitar la mirada del televisor se levantó de un salto y gritó:

“GOOOOOOOOOOOOOL”

lunes, 24 de diciembre de 2012

cuento de navidad






      Acabábamos de hacer el amor iluminados intermitentemente por las luces del árbol de navidad. La danza de luces y sombras ideada por algún empresario chino, sin más fin que el de contribuir a la felicidad humana a cambio de recaudar fondos para la suya, a nosotros nos había servido para añadir sensaciones a nuestra, de por sí excelente, vida sexual. Aquella mujer se llamaba Alicia y era más que mi media naranja. Era una frutería completa, ¡qué digo una frutería! Era ¡toda la huerta Valenciana! Llevábamos un año juntos. Y ni su inteligencia, ni su corazón se sentían amenazados por mi sarcasmo y mi desmotivadora manera de ver el mundo. ¡¡Cuántas damas cambiaron en mi pasado sus “te amaré por encima de tus defectos” por “tú no tienes defectos; ¡ERES UN DEFECTO!”, intimidadas por esas virtudes (mal comprendidas por su parte) antes de que ella se enamorara precisamente de eso!!; de mis “zonas erróneas” como denomina, ahora, la psicología a nuestras taras emocionales.

Entrelazados como estábamos de cuellos, brazos, piernas y miradas ella dijo:

-     Lo que más me ha puesto de todo esto es el ambiente tan misterioso que han creado las luces.
-     ¿Quieres decir que te pone pensar que pueda ser otro el que esté follándote?.- pregunté por fastidiar un poco lo entrañable del momento.
-    No seas tonto… me refiero a que tan pronto estaba haciendo el amor contigo como desaparecías en la oscuridad.
-     Si, por eso digo… ¿y quién te hacía el amor mientras yo no estaba?
-     Santa Claus… ¡no te jode! Y se reía como siempre lo hacía. Como un hada madrina.

Encendí la luz general de la habitación. La de la bombilla de sesenta vatios de toda la vida. A nuestros ojos emergieron las manchas de humedad del techo, los escorchados en el gotelé de la pared e incluso los arañazos del armario ropero que poco a poco iba dibujando su mascota: Anastasia. Una perra llena de pelos que le regaló su última pareja: Carlos. Supongo que con la intención de mantener viva la llama de su recuerdo mientras ella intentaba apagarla a polvazos con mi cuerpo.

Un poco hasta las narices estaba yo del susodicho, Carlos, que no paraba de intentar reconquistar la tierra santa de sus caderas que con tanta suerte yo había colonizado.

-    ¿En qué piensas? ¿No estarás celoso? .- me preguntó simpáticamente.
-      Estaba pensando en Anastasia.
-      ¿Mi perra? Uy… que bonito… no me esperaba eso de ti.
-     ¿No crees que regalar una mascota a tu pareja cuando la relación va mal es más un castigo que un premio? A fin de cuentas, tu próxima relación tendrá que cargar con ese recuerdo… la gente suele retirar las fotos de sus ex, o cambia la decoración… o guarda los regalos en cajas… o los tira… pero ¿qué haces con un ser vivo?
-     Bueno… en este caso estamos compartiendo la custodia. Ya sabes que él viene a verla de vez en cuando.
-     Sí… lo que no sé es por qué eso le da derecho a tener llaves de la casa.
-     Nunca entenderé esa postura tuya. Seguramente le dará más miedo usarlas a él por si al entrar nos encuentra haciendo de las nuestras ¿no?
-     Eso depende…
-     ¿De qué depende?
-     De si Carlos es ola o roca. La ola se destruye contra la roca, pero vuelve a recuperarse. ¿sabes quien termina erosionado y desapareciendo?
-     Tú y tu lógica.- Dijo con esa gracia que Dios le había dado para evitar los enfrentamientos.


    Apagué la luz del techo. Hacía tiempo que sabía que la lógica no existe. Existen los argumentos, las razones, los motivos… pero la lógica es tan subjetiva como los colores en un mundo de videntes e invidentes. Mis ojos tardaron unos segundos en volver a disfrutar de las tinieblas azuladas y rojas. Me pregunté si Santa Claus podría llegar a existir algún día. Es curioso, pensaba, cómo esperamos todo de la tecnología conforme avanza la humanidad y cómo vamos desterrando la fe en la magia al rebaño de los ingenuos y los tontos. ¿Realmente el hombre es incapaz de hacer magia? ¿Acaso la magia no es sino la ausencia de lo racional? Todos hemos visto de niños salir un conejo de una chistera… y todos hemos creído que era magia… luego, la edad, la experiencia… la razón… y el conejo pasa de ser algo mágico a un vulgar truco de trileros. Santa Claus puede que no haya existido… pero ¿por qué un día no pueda llegar a repartir los regalos de navidad a todo el mundo en una noche un gordo en pijama? Entonces mi compañera interrumpió mi monólogo interior:

-    ¿Echamos otro?.- Me susurró al oído mientras su labio inferior jugaba con mi oreja.
-    No esperarás regalo de Papá Noel ¿verdad?.- le pregunté al caer en la cuenta de que era noche buena y yo no había comprado ningún regalo.
-     De un gordo con barba blanca no espero demasiado. Pero de ti, sí…

Me invadió ese extraño escalofrío que sé que sufrimos algunos hombres cuando nos damos cuenta que la mujer nos está regalando sus mejores caricias y nosotros no tenemos nada digno que ofrecerle. Ya sé… ella también disfruta del sexo. Y no digo que no. Simplemente digo que por alguna razón evolutiva yo sigo teniendo en mi cabeza que si una mujer me deja entrar en su cama yo tengo que agradecérselo con algo más que con un sobre esfuerzo por mi parte para no acabar antes de cinco minutos. ¿No nos regalan los chinos alguna tontería cuando compras en su tienda para restablecer el equilibrio? Pues para mí es algo así con el sexo y las mujeres. Y no es machismo. Obedece más bien a una jerarquía autoimpuesta de la belleza. La cosa la resumo del siguiente modo: El que menos posibilidades tendría de hacérselo por cuestiones estéticas con otra persona (yo) es el que tiene que agradecer al otro que le haya permitido gozar de su belleza (es decir, ella). Simple ¿no? No digo que yo no haya podido ser el más bello en algunas de las parejas que he tenido, pero para mí, entre cualquier mujer (por fea que sea) y yo… siempre ganarán ellas.

-  Voy a bajar a llamar por teléfono.- Dije muy asertivamente que es la mejor manera de que cualquier majadería parezca seria.
-     ¿Por qué no utilizas el móvil? ¿Qué tontería es esa?
-    Pues te voy a decir por qué no quiero llamar por el móvil. Porque creo que hay algo de romántico en utilizar una cabina de las de toda la vida.
-     Jamás me has llamado desde una cabina.
-   Jamás me había sentido tan romántico como en este momento.
-    Anda, no digas tonterías y vamos a aprovechar “este momento tuyo…”

Me di cuenta que estaba atrapado. No me iba a resultar fácil escapar de aquellas sábanas para comprar un regalo a mi chica. Así que justo antes de mi última sacudida de pelvis contra pelvis me concentré con todas mis fuerzas en desear que Santa Claus le trajera un regalo aquella noche. No tenía tiempo de puntualizar qué regalo exactamente, pero en el fondo eso me daba un poco igual. Lo importante era que mañana al despertar hubiera un paquete con un lazo y su nombre debajo del árbol de plástico que en ese momento daba  calorcillo al fuego de nuestro amor.

Acabado nuestro segundo round el sueño nos invadió. Nuestros alientos nos fueron sedando. El suyo penetraba por mi nariz como el aroma de un desayuno caliente en una fría mañana de invierno aletargándome en un abrazo de oso; y el mío pues… me gustaba pensar que era como el olor a sopa caliente en una cabaña de madera que suspende su balcón principal sobre un acantilado que da al océano obligándola a dormir atada a mi esqueleto como si fuera un koala. Eso es lo que me gustaba pensar… habría que ver en realidad lo que le suponía a ella.

No sé qué hora sería. No duermo con reloj. Pero me desperté al escuchar un ruido en el pasillo. Ella se limitó a sonreír dormida. Como si soñara con un montón de plumas cayendo sobre su piel desnuda. Me incorporé poniéndome una bata suya llena de gatitos dibujados por un japonés que no debió aprobar el ingreso en bellas artes y decidió atentar contra el arte invadiendo las prendas íntimas de mujer con sus garabatos infantiles. Avancé entre la oscuridad y la claridad en las que se debatían las luces de navidad y llegué por fin a la cocina. Allí, sentado sobre la vitrocerámica de inducción estaba Santa Claus. Abrí la nevera y pegué un trago a una lata de cocacola que habíamos abierto aquella noche para la cena y no habíamos terminado del todo.

-    Tener que venir a hacer un regalo que deberías haber comprado tú hace semanas es hacerme perder el tiempo. Hay gente que sí me necesita de verdad… pero tú me estás utilizando por haber sido un perezoso a la hora de comprar regalos. .- Me reprobó el gordo colorido.
-     ¡Existes! ¡Guau! Realmente existes…
-    Sí, sí… pero no te emociones tanto… mañana no recordarás nada… así que dime deprisa que regalo quieres que te deje…

Es comprensible pensar que si estoy escribiendo esto es porque se equivocó y sí recuerdo todo lo que pasó… lo que sucede es que el tío tenía muy claro que nadie me creería y por eso no me borró la memoria. Claro pensarás: “pero aunque nadie te crea lo importante es que tú sabes que la magia existe…” ¿y qué? Si al final para lo único que sirve Papá Noel es para traer regalos. No sé… si vas mal de dinero o de tiempo es útil… pero para poco más.

-     No sé.- le dije- ¿Qué puedo regalarle?
-   Ah, ¿que también vas a ser perezoso para pensar el regalo?
-     No es pereza… es que acabo de despertarme… y es todo un poco raro… Ya sé. Dame el mismo regalo que vayas a hacerle a la reina de Inglaterra.
-   Yo no voy a hacerle ningún regalo a la reina de Inglaterra. Ya le hacen bastantes. ¿Es que no me escuchas? Solo hago regalos a aquellos que no recibirían ninguno de no ser por mí… como ha sido el caso de tu chica.
-     ¿Y hay algún famoso que esté en ese caso?
-  Déjame que piense… Sí. ¿Pero no te parece desproporcionado regalarle una casa en Malibú a esta chica?
-     No, no… para nada… es lo que tenía pensado.

Noté cierto regusto amargo por la coca-cola que acababa de tomar. Tal vez la lata no la abriéramos esa noche. Lo pensé bien y efectivamente hacía una semana que no bebíamos coca-cola. ¡Puagh! Que asco. ¿Por qué demonios coleccionábamos latas abiertas en la nevera? Santa Claus mientras tanto estaba jugando con los botones del horno-microondas. Me fastidió bastante que terminara cambiando la hora. Pensé que iba a poner la del polo norte pero entonces me explicó que en el polo norte lo de las horas no tiene mucho fundamento. Me dibujó sobre una naranja los meridianos y todo para explicármelo. La verdad es que ahora lo entiendo pero aquel día solo asentí para poder arreglar lo del regalo y volverme a la cama rapidito al calor de mi princesa.

-    Así que tenías pensado comprarle una casa en Malibú.- me preguntó con esa entonación que tienen los maestros que te saben suspendido antes de dictarte las preguntas del examen.
-     Pues sí, la verdad… se lo merece todo.
-     ¿Y donde está Malibu?

Me jodió bien, estaba claro que no lo sabía. No pensaba yo que el viejo gordo era tan astuto. Además yo creía que yendo tan pillado de tiempo no repararía en detalles, me daría mi regalo y se iría… pero por lo visto no funciona así. Acto seguido se enfadó mucho conmigo. Para mí que debería mirarse el pronto que tiene. No mola. Os aseguro que por cara de muy buena persona que tenga alguien, si le veis gritar y golpear a la vez vuestras vajillas y electrodomésticos mientras os llama hijos de puta egoístas, sinvergüenzas, gusanos o malnacidos y luego os amenaza, mientras le caen esputos a la barba, con convertiros en cucaracha para aplastaros como la basura que sois. En serio. Os acojinaréis.

Me dejó la cocina hecha un cristo. Yo en ese momento deseaba que mi chica se levantara para que el barrigudo navideño se llevara una bronca de las de mi chavala, pero también me explicó que estábamos en una realidad paralela y que aunque se despertara ella no nos vería y que incluso parecería que yo continuaba durmiendo en la cama.

-    O sea, que esto es como si yo lo estuviera soñando.- Aclaré.
-     Más o menos.- Contestó sin aclarar nada.
-    ¿Y mañana cuando me levante la cocina volverá a estar ordenada?
-     Ni de coña. Tengo que castigar tu avaricia.
-    ¿Al menos pondrás el reloj del microondas en hora? Es un suplicio ponerlo. Solo hay un botón para las horas y los minutos… de verdad que no me explico…
-     Tampoco pondré el reloj en hora.
-   Joder. No creo que sea para tanto. He aprendido la lección. Y ¿qué ganas con dejarme el reloj sin hora? No me importa lo de la cocina… pero arregla el reloj, tío. Además, mi chica no creerá que sea yo quien ha montado todo esto. Es de sentido común que yo no rompería mi cocina. Pensará que entraron a robar y punto.

Y noté como se le venía abajo su plan. El viejo comenzó a mesarse la barba y a mirarme como a un rival digno. Me sentí orgulloso. Poner en jaque a una personalidad de estas sin duda alguna demostraba que no era el tonto ingenuo que me habían hecho creer desde siempre mis padres.

-    Tienes razón.- me dijo de nuevo en un tono que dejaba claro que ahora venía lo peor.- Te diré lo que va a pasar. Volverás a tu cama y mañana, cuando te levantes, tu chica tendrá su regalo bajo el árbol. No podrás deshacerte de él. Ni podrás comprobar lo que hay dentro. Mañana irremediablemente tu chica lo abrirá. Entonces tendrás tu castigo.

Y siendo absorbido por la campana extractora como si fuera el malo de Terminator II desapareció de mi vista y yo desperté con el primer rayo de sol de aquel diciembre contemplando horrorizado como mi novia sujetaba entre sus manos el paquete maldito.

El hombre inventó la cámara lenta en el cine porque es una necesidad que jamás podremos cubrir en la vida real y se sirve de la ficción para aliviar un poquito la frustración. Estamos de acuerdo en que, sea a cámara lenta o normal, la acción es la misma. Pero tendríamos dos ventajas importantes, a mi parecer, de poder contar con un superpoder que permitiera ralentizar cualquier situación de la vida:

Una: No habría sonido. Y si lo hubiera sonaría muy grave y distorsionado con lo que podrías cagarte en lo que fuera que no parecerías demasiado ordinario.

Y dos: que si tropezaras no caerías de golpe, con lo que creo que jamás sufrirías una fractura.

Pero dado que tenemos claro que en la vida real no existe la cámara de la que hablamos, tampoco eran muy útiles ninguna de las dos ventajas para el momento al que me enfrentaba. ¿Por qué las he enumerado? Pues porque cuando contemplé con pavor que mi amada sujetaba el paquetito de las narices, en lugar de idear una manera de abortar el plan maquiavélico del casi seguro alcohólico vestido de terciopelo rojo, a mi maldita cabeza solo se le ocurrió pensar en todo esto de la cámara lenta. ¿Qué por qué lo comparto con vosotros? Supongo que para evitaros la duda de si soy idiota o solo lo parezco.

-    ¡No lo abras, cariño!.- Grité.
-    ¿Por qué no? ¿Sabes que pensé que no me habías comprado nada?
Pronunciaba esas palabras llenas de emoción mientras se desataba aquel lazo de reflejos dorados…
-    ¡No, no es mío!.- Grité con todas mis fuerzas.- ¡¡Lo trajo anoche Carlos pero no quise despertarte… me pidió que lo dejara ahí. Vino borracho y por las palabras que me dijo no creo que dentro de esa caja haya algo agradable de ver!!
-     Pero ¿cómo? ¿Carlos?
-     Sí, ya sé que suena raro… pero me dijo que estaba harto de esperarte y que te metieras a Anastasia por… tú ya sabes donde… Creo de verdad que ahí dentro hay un pájaro muerto o algo peor… ¡un dedo suyo!

Ella estaba a punto de llorar… vale que yo estaba siendo un poco cabrón, pero lo hacía todo por nuestro amor. Y cayó el envoltorio. Y entre sus manos brilló como una mina de diamantes un anillo con un pedrusco de dimensiones monumentales. Uno de esos regalos por los que tu pareja lo dejará todo (incluido a ti) para amar al que la ha bendecido con el adorno más caro y más eterno de la naturaleza (según dicen los anuncios claro…).

Y en su mano un pequeño sobre con una pequeña dedicatoria:

“De tu Carlos. Os echo de menos a Anastasia y a ti. Vuelve por favor”

Supongo que el resto de la historia se sobreentiende. Ahora evito ver películas navideñas y tengo dos órdenes de alejamiento de unos tipos que iban disfrazados del gordo este del polo norte y que se rieron de mí cuando pasé por delante con mi mochila y mi maleta. La policía trató de convencerme de que sus risas no tenían que ver conmigo, sino que imitaban a Papá Noel, que siempre estaba feliz a pesar de lo malos que somos los humanos, pero nunca me convencerán de nada. Yo sé lo que esconde el gordo.

Si volví a saber de mi chica, les diré que curiosamente cuando aquella navidad fue a darle las gracias a Carlos por el anillo y a reconciliarse con él, éste estaba zumbándose a una tía por la que Alicia siempre sintió celos y él siempre había negado conocer. Ni qué decir tiene que, él, del anillo no tenía ni idea, y se lio parda. Ahí, yo podría haber aprovechado y haber jugado la baza de decir que todo me lo había inventado para ponerla a prueba, y que el anillo lo compré yo y todo eso… pero, créanme… jamás confiesen a alguien que lo han puesto a prueba. No sienta bien.

Para colmo de males, Anastasia (la perra) tuvo que venirse a vivir conmigo porque ni ella ni Carlos querían nada que les recordase su unión. Y como yo tengo complejo de perro apaleado me solidaricé con el chucho peludo, pagué la multa a la guardia civil, comprendí que está mal abandonar animales indefensos en las autopistas, juré que no lo volvería a hacer y hasta me he compré un libro sobre la raza del “animalico”, pero no hay manera de que se lo lea, por lo que no sirve de nada y aún hoy seguimos discutiendo todas las noches por el sofá.

Y respecto a Santa Claus… Santa Claus… 

…bueno, mejor me callo. Hay niños que todavía creen que son los padres y no quiero arruinarles la ilusión.

jueves, 20 de diciembre de 2012

lo peor del tabaco no es que mate, es que te complica la vida.



 

Hay un parque al lado de su casa


donde he instalado mi pequeño refugio


para fumar.


Ella no lleva bien que fume.


Dice que huelo mal y que mi pestilencia


ahuyenta sus ganas de besarme.


Dice que mi olor natural queda sepultado


por el aroma genuino americano


y que no soporta el sello yankee.


He probado casi todo para liberarme de este


vicio que maltrata nuestra pareja.


Pero no hay caso.


Sus besos son muy caprichosos


y aunque me abstenga de tragar humo


durante un día entero al llegar la noche


nada garantiza que pueda bendecirme


con su saliva de 40 grados.

.
Unas veces porque esta triste.

.
Otras porque echan algo que le gusta en la tele.


Otras porque no sabe si besarme


es un desperdicio de su amor.


Entonces me arrepiento de haber salido de mi refugio


para visitar su cama


Y me digo sobreactuado y enfadado:



 "Eres idiota. Sus besos no


dependen de tus gestos muchacho.

Sino de todo lo que no le dieron cuando era niña"


Y entonces mis labios vuelven


 a reclamar un cigarro


con la virulencia de un mar revuelto.


Me acuerdo de como tuve que superar la adicción


a su boca el verano que ella prefirió un porche


descapotable a mi viejo Volkswagen familiar.


.
El tabaco me ayudo a sobrellevar el mono hasta


que se dio cuenta de que en invierno los descapotables


se convierten en coches ataúd y regresó al confort de


mi coche cama.


Se lo explico con la esperanza de que


capte la idea y caiga en la cuenta


de qué sólo es cuestión de reinvertir el proceso.


Evitar el problema es ganar el


 tiempo que se pierde en buscar soluciones.


Así le digo cariñosamente:


Si te molesta que fume para sustituir tus besos


solo tienes que besarme para acabar con


los cigarros


Pero ella saca otra conclusión de todo esto.


Me mira con esos ojos tan inescrutables


y me dice:


Tu ya no me quieres. Ahora eres otro.


El que yo conocí renunciaba a todo


sin que tuviera que darle nada



... Y puede que tenga razón. Nunca he sido bueno


analizando la verdadera razón de nada