Acabábamos de hacer el amor
iluminados intermitentemente por las luces del árbol de navidad. La danza de
luces y sombras ideada por algún empresario chino, sin más fin que el de contribuir
a la felicidad humana a cambio de recaudar fondos para la suya, a nosotros nos
había servido para añadir sensaciones a nuestra, de por sí excelente, vida
sexual. Aquella mujer se llamaba Alicia y era más que mi media naranja. Era una
frutería completa, ¡qué digo una frutería! Era ¡toda la huerta Valenciana! Llevábamos un
año juntos. Y ni su inteligencia, ni su corazón se sentían amenazados por mi
sarcasmo y mi desmotivadora manera de ver el mundo. ¡¡Cuántas damas cambiaron en mi pasado sus “te amaré por encima de tus defectos” por “tú no tienes defectos; ¡ERES UN
DEFECTO!”, intimidadas por esas virtudes (mal comprendidas por su parte) antes de que ella
se enamorara precisamente de eso!!; de mis “zonas erróneas” como denomina,
ahora, la psicología a nuestras taras emocionales.
Entrelazados como estábamos de
cuellos, brazos, piernas y miradas ella dijo:
- Lo
que más me ha puesto de todo esto es el ambiente tan misterioso que han creado
las luces.
- ¿Quieres
decir que te pone pensar que pueda ser otro el que esté follándote?.- pregunté
por fastidiar un poco lo entrañable del momento.
- No
seas tonto… me refiero a que tan pronto estaba haciendo el amor contigo como desaparecías en la oscuridad.
- Si,
por eso digo… ¿y quién te hacía el amor mientras yo no estaba?
- Santa
Claus… ¡no te jode! Y se reía como siempre lo hacía. Como un hada madrina.
Encendí la luz general de la habitación.
La de la bombilla de sesenta vatios de toda la vida. A nuestros ojos emergieron
las manchas de humedad del techo, los escorchados en el gotelé de la pared e
incluso los arañazos del armario ropero que poco a poco iba dibujando su
mascota: Anastasia. Una perra llena de pelos que le regaló su última pareja:
Carlos. Supongo que con la intención de mantener viva la llama de su recuerdo
mientras ella intentaba apagarla a polvazos con mi cuerpo.
Un poco hasta las narices estaba yo
del susodicho, Carlos, que no paraba de intentar reconquistar la tierra santa
de sus caderas que con tanta suerte yo había colonizado.
- ¿En
qué piensas? ¿No estarás celoso? .- me preguntó simpáticamente.
- Estaba
pensando en Anastasia.
- ¿Mi
perra? Uy… que bonito… no me esperaba eso de ti.
- ¿No
crees que regalar una mascota a tu pareja cuando la relación va mal es más un
castigo que un premio? A fin de cuentas, tu próxima relación tendrá que cargar
con ese recuerdo… la gente suele retirar las fotos de sus ex, o cambia la
decoración… o guarda los regalos en cajas… o los tira… pero ¿qué haces con un
ser vivo?
- Bueno…
en este caso estamos compartiendo la custodia. Ya sabes que él viene a verla de
vez en cuando.
- Sí…
lo que no sé es por qué eso le da derecho a tener llaves de la casa.
- Nunca
entenderé esa postura tuya. Seguramente le dará más miedo usarlas a él por si
al entrar nos encuentra haciendo de las nuestras ¿no?
- Eso
depende…
- ¿De
qué depende?
- De
si Carlos es ola o roca. La ola se destruye contra la roca, pero vuelve a
recuperarse. ¿sabes quien termina erosionado y desapareciendo?
- Tú
y tu lógica.- Dijo con esa gracia que Dios le había dado para evitar los
enfrentamientos.
Apagué la luz del techo. Hacía tiempo que sabía
que la lógica no existe. Existen los argumentos, las razones, los motivos… pero
la lógica es tan subjetiva como los colores en un mundo de videntes e
invidentes. Mis ojos tardaron unos segundos en volver a disfrutar de las
tinieblas azuladas y rojas. Me pregunté si Santa Claus podría llegar a existir algún
día. Es curioso, pensaba, cómo esperamos todo de la tecnología conforme avanza
la humanidad y cómo vamos desterrando la fe en la magia al rebaño de los
ingenuos y los tontos. ¿Realmente el hombre es incapaz de hacer magia? ¿Acaso
la magia no es sino la ausencia de lo racional? Todos hemos visto de niños
salir un conejo de una chistera… y todos hemos creído que era magia… luego, la
edad, la experiencia… la razón… y el conejo pasa de ser algo mágico a un vulgar
truco de trileros. Santa Claus puede que no haya existido… pero ¿por qué un día
no pueda llegar a repartir los regalos de navidad a todo el mundo en una noche
un gordo en pijama? Entonces mi compañera interrumpió mi monólogo interior:
- ¿Echamos
otro?.- Me susurró al oído mientras su labio inferior jugaba con mi oreja.
- No
esperarás regalo de Papá Noel ¿verdad?.- le pregunté al caer en la cuenta de
que era noche buena y yo no había comprado ningún regalo.
- De
un gordo con barba blanca no espero demasiado. Pero de ti, sí…
Me invadió ese extraño escalofrío que
sé que sufrimos algunos hombres cuando nos damos cuenta que la mujer nos está
regalando sus mejores caricias y nosotros no tenemos nada digno que ofrecerle.
Ya sé… ella también disfruta del sexo. Y no digo que no. Simplemente digo que
por alguna razón evolutiva yo sigo teniendo en mi cabeza que si una mujer me
deja entrar en su cama yo tengo que agradecérselo con algo más que con un sobre
esfuerzo por mi parte para no acabar antes de cinco minutos. ¿No nos regalan
los chinos alguna tontería cuando compras en su tienda para restablecer el
equilibrio? Pues para mí es algo así con el sexo y las mujeres. Y no es machismo.
Obedece más bien a una jerarquía autoimpuesta de la belleza. La cosa la resumo
del siguiente modo: El que menos posibilidades tendría de hacérselo por
cuestiones estéticas con otra persona (yo) es el que tiene que
agradecer al otro que le haya permitido gozar de su belleza (es decir, ella).
Simple ¿no? No digo que yo no haya podido ser el más bello en algunas de las
parejas que he tenido, pero para mí, entre cualquier mujer (por fea que sea) y
yo… siempre ganarán ellas.
- Voy
a bajar a llamar por teléfono.- Dije muy asertivamente que es la mejor manera
de que cualquier majadería parezca seria.
- ¿Por
qué no utilizas el móvil? ¿Qué tontería es esa?
- Pues
te voy a decir por qué no quiero llamar por el móvil. Porque creo que hay algo
de romántico en utilizar una cabina de las de toda la vida.
- Jamás
me has llamado desde una cabina.
- Jamás
me había sentido tan romántico como en este momento.
- Anda,
no digas tonterías y vamos a aprovechar “este momento tuyo…”
Me di cuenta que estaba atrapado. No
me iba a resultar fácil escapar de aquellas sábanas para comprar un regalo a mi
chica. Así que justo antes de mi última sacudida de pelvis contra pelvis me
concentré con todas mis fuerzas en desear que Santa Claus le trajera un regalo
aquella noche. No tenía tiempo de puntualizar qué regalo exactamente, pero en
el fondo eso me daba un poco igual. Lo importante era que mañana al despertar
hubiera un paquete con un lazo y su nombre debajo del árbol de plástico que en
ese momento daba calorcillo al
fuego de nuestro amor.
Acabado nuestro segundo round el
sueño nos invadió. Nuestros alientos nos fueron sedando. El suyo penetraba por
mi nariz como el aroma de un desayuno caliente en una fría mañana de invierno
aletargándome en un abrazo de oso; y el mío pues… me gustaba pensar que era como
el olor a sopa caliente en una cabaña de madera que suspende su balcón
principal sobre un acantilado que da al océano obligándola a dormir atada a mi
esqueleto como si fuera un koala. Eso es lo que me gustaba pensar… habría
que ver en realidad lo que le suponía a ella.
No sé qué hora sería. No duermo con
reloj. Pero me desperté al escuchar un ruido en el pasillo. Ella se limitó a
sonreír dormida. Como si soñara con un montón de plumas cayendo sobre su piel
desnuda. Me incorporé poniéndome una bata suya llena de gatitos dibujados por
un japonés que no debió aprobar el ingreso en bellas artes y decidió atentar
contra el arte invadiendo las prendas íntimas de mujer con sus garabatos
infantiles. Avancé entre la oscuridad y la claridad en las que se debatían las
luces de navidad y llegué por fin a la cocina. Allí, sentado sobre la
vitrocerámica de inducción estaba Santa Claus. Abrí la nevera y pegué un trago
a una lata de cocacola que habíamos abierto aquella noche para la cena y no
habíamos terminado del todo.
- Tener
que venir a hacer un regalo que deberías haber comprado tú hace semanas es hacerme perder el tiempo. Hay gente
que sí me necesita de verdad… pero tú me estás utilizando por haber sido un
perezoso a la hora de comprar regalos. .- Me reprobó el gordo colorido.
- ¡Existes!
¡Guau! Realmente existes…
- Sí,
sí… pero no te emociones tanto… mañana no recordarás nada… así que dime deprisa
que regalo quieres que te deje…
Es comprensible pensar que si estoy
escribiendo esto es porque se equivocó y sí recuerdo todo lo que pasó… lo que
sucede es que el tío tenía muy claro que nadie me creería y por eso no me borró
la memoria. Claro pensarás: “pero aunque nadie te crea lo importante es que tú
sabes que la magia existe…” ¿y qué? Si al final para lo único que sirve Papá
Noel es para traer regalos. No sé… si vas mal de dinero o de tiempo es útil…
pero para poco más.
- No
sé.- le dije- ¿Qué puedo regalarle?
- Ah,
¿que también vas a ser perezoso para pensar el regalo?
- No
es pereza… es que acabo de despertarme… y es todo un poco raro… Ya sé. Dame el
mismo regalo que vayas a hacerle a la reina de Inglaterra.
- Yo
no voy a hacerle ningún regalo a la reina de Inglaterra. Ya le hacen bastantes.
¿Es que no me escuchas? Solo hago regalos a aquellos que no recibirían ninguno
de no ser por mí… como ha sido el caso de tu chica.
- ¿Y
hay algún famoso que esté en ese caso?
- Déjame
que piense… Sí. ¿Pero no te parece desproporcionado regalarle una casa en
Malibú a esta chica?
- No,
no… para nada… es lo que tenía pensado.
Noté cierto regusto amargo por la
coca-cola que acababa de tomar. Tal vez la lata no la abriéramos esa noche. Lo
pensé bien y efectivamente hacía una semana que no bebíamos coca-cola. ¡Puagh!
Que asco. ¿Por qué demonios coleccionábamos latas abiertas en la nevera? Santa
Claus mientras tanto estaba jugando con los botones del horno-microondas. Me
fastidió bastante que terminara cambiando la hora. Pensé que iba a poner la del
polo norte pero entonces me explicó que en el polo norte lo de las horas no tiene
mucho fundamento. Me dibujó sobre una naranja los meridianos y todo para
explicármelo. La verdad es que ahora lo entiendo pero aquel día solo asentí
para poder arreglar lo del regalo y volverme a la cama rapidito al calor de mi
princesa.
- Así
que tenías pensado comprarle una casa en Malibú.- me preguntó con esa
entonación que tienen los maestros que te saben suspendido antes de dictarte
las preguntas del examen.
- Pues
sí, la verdad… se lo merece todo.
- ¿Y
donde está Malibu?
Me jodió bien, estaba claro que no lo
sabía. No pensaba yo que el viejo gordo era tan astuto. Además yo creía que
yendo tan pillado de tiempo no repararía en detalles, me daría mi regalo y se
iría… pero por lo visto no funciona así. Acto seguido se enfadó mucho conmigo.
Para mí que debería mirarse el pronto que tiene. No mola. Os aseguro que por
cara de muy buena persona que tenga alguien, si le veis gritar y golpear a la
vez vuestras vajillas y electrodomésticos mientras os llama hijos de puta egoístas,
sinvergüenzas, gusanos o malnacidos y luego os amenaza, mientras le caen
esputos a la barba, con convertiros en cucaracha para aplastaros como la basura
que sois. En serio. Os acojinaréis.
Me dejó la cocina hecha un cristo. Yo
en ese momento deseaba que mi chica se levantara para que el barrigudo navideño
se llevara una bronca de las de mi chavala, pero también me explicó que estábamos
en una realidad paralela y que aunque se despertara ella no nos vería y que
incluso parecería que yo continuaba durmiendo en la cama.
- O
sea, que esto es como si yo lo estuviera soñando.- Aclaré.
- Más
o menos.- Contestó sin aclarar nada.
- ¿Y
mañana cuando me levante la cocina volverá a estar ordenada?
- Ni
de coña. Tengo que castigar tu avaricia.
- ¿Al
menos pondrás el reloj del microondas en hora? Es un suplicio ponerlo. Solo hay
un botón para las horas y los minutos… de verdad que no me explico…
- Tampoco
pondré el reloj en hora.
- Joder.
No creo que sea para tanto. He aprendido la lección. Y ¿qué ganas con dejarme
el reloj sin hora? No me importa lo de la cocina… pero arregla el reloj, tío.
Además, mi chica no creerá que sea yo quien ha montado todo esto. Es de sentido
común que yo no rompería mi cocina. Pensará que entraron a robar y punto.
Y noté como se le venía abajo su
plan. El viejo comenzó a mesarse la barba y a mirarme como a un rival digno. Me
sentí orgulloso. Poner en jaque a una personalidad de estas sin duda alguna
demostraba que no era el tonto ingenuo que me habían hecho creer desde siempre
mis padres.
- Tienes
razón.- me dijo de nuevo en un tono que dejaba claro que ahora venía lo peor.-
Te diré lo que va a pasar. Volverás a tu cama y mañana, cuando te levantes, tu
chica tendrá su regalo bajo el árbol. No podrás deshacerte de él. Ni podrás
comprobar lo que hay dentro. Mañana irremediablemente tu chica lo abrirá.
Entonces tendrás tu castigo.
Y siendo absorbido por la campana extractora
como si fuera el malo de Terminator II desapareció de mi vista y yo desperté
con el primer rayo de sol de aquel diciembre contemplando horrorizado como mi
novia sujetaba entre sus manos el paquete maldito.
El hombre inventó la cámara lenta en
el cine porque es una necesidad que jamás podremos cubrir en la vida real y se
sirve de la ficción para aliviar un poquito la frustración. Estamos de acuerdo en
que, sea a cámara lenta o normal, la acción es la misma. Pero tendríamos dos
ventajas importantes, a mi parecer, de poder contar con un superpoder que
permitiera ralentizar cualquier situación de la vida:
Una: No habría sonido. Y si lo
hubiera sonaría muy grave y distorsionado con lo que podrías cagarte en lo que
fuera que no parecerías demasiado ordinario.
Y dos: que si tropezaras no caerías
de golpe, con lo que creo que jamás sufrirías una fractura.
Pero dado que tenemos claro que en la
vida real no existe la cámara de la que hablamos, tampoco eran muy útiles
ninguna de las dos ventajas para el momento al que me enfrentaba. ¿Por qué las
he enumerado? Pues porque cuando contemplé con pavor que mi amada sujetaba el
paquetito de las narices, en lugar de idear una manera de abortar el plan
maquiavélico del casi seguro alcohólico vestido de terciopelo rojo, a mi
maldita cabeza solo se le ocurrió pensar en todo esto de la cámara lenta. ¿Qué
por qué lo comparto con vosotros? Supongo que para evitaros la duda de si soy
idiota o solo lo parezco.
- ¡No
lo abras, cariño!.- Grité.
- ¿Por
qué no? ¿Sabes que pensé que no me habías comprado nada?
Pronunciaba esas palabras llenas de
emoción mientras se desataba aquel lazo de reflejos dorados…
- ¡No,
no es mío!.- Grité con todas mis fuerzas.- ¡¡Lo trajo anoche Carlos pero no
quise despertarte… me pidió que lo dejara ahí. Vino borracho y por las palabras
que me dijo no creo que dentro de esa caja haya algo agradable de ver!!
- Pero
¿cómo? ¿Carlos?
- Sí,
ya sé que suena raro… pero me dijo que estaba harto de esperarte y que te
metieras a Anastasia por… tú ya sabes donde… Creo de verdad que ahí dentro hay
un pájaro muerto o algo peor… ¡un dedo suyo!
Ella estaba a punto de llorar… vale
que yo estaba siendo un poco cabrón, pero lo hacía todo por nuestro amor. Y
cayó el envoltorio. Y entre sus manos brilló como una mina de diamantes un
anillo con un pedrusco de dimensiones monumentales. Uno de esos regalos por los
que tu pareja lo dejará todo (incluido a ti) para amar al que la ha bendecido
con el adorno más caro y más eterno de la naturaleza (según dicen los anuncios
claro…).
Y en su mano un pequeño sobre con una
pequeña dedicatoria:
“De tu Carlos. Os echo de menos a
Anastasia y a ti. Vuelve por favor”
Supongo que el resto de la historia
se sobreentiende. Ahora evito ver películas navideñas y tengo dos órdenes de
alejamiento de unos tipos que iban disfrazados del gordo este del polo norte y
que se rieron de mí cuando pasé por delante con mi mochila y mi maleta. La
policía trató de convencerme de que sus risas no tenían que ver conmigo, sino
que imitaban a Papá Noel, que siempre estaba feliz a pesar de lo malos que
somos los humanos, pero nunca me convencerán de nada. Yo sé lo que esconde el gordo.
Si volví a saber de mi chica, les
diré que curiosamente cuando aquella navidad fue a darle las gracias a Carlos
por el anillo y a reconciliarse con él, éste estaba zumbándose a una tía por la
que Alicia siempre sintió celos y él siempre había negado conocer. Ni qué decir
tiene que, él, del anillo no tenía ni idea, y se lio parda. Ahí, yo podría
haber aprovechado y haber jugado la baza de decir que todo me lo había inventado
para ponerla a prueba, y que el anillo lo compré yo y todo eso… pero, créanme…
jamás confiesen a alguien que lo han puesto a prueba. No sienta bien.
Para colmo de males, Anastasia (la
perra) tuvo que venirse a vivir conmigo porque ni ella ni Carlos querían nada
que les recordase su unión. Y como yo tengo complejo de perro apaleado me
solidaricé con el chucho peludo, pagué la multa a la guardia civil, comprendí
que está mal abandonar animales indefensos en las autopistas, juré que no lo
volvería a hacer y hasta me he compré un libro sobre la raza del “animalico”,
pero no hay manera de que se lo lea, por lo que no sirve de nada y aún hoy seguimos
discutiendo todas las noches por el sofá.
Y respecto a Santa Claus… Santa Claus…
…bueno, mejor me callo. Hay niños que
todavía creen que son los padres y no quiero arruinarles la ilusión.