Tal y como, lo que sea que gobierna el universo,
quiere que seas.
Yo soy disparate.
Huí de lo que las entrañas de mi madre
establecieron que debía ser.
Dejé de seguir el camino de la masculinidad
el día que di mi primer beso
y quise, ingenuo de mí, mantener para siempre
aquellos labios al lado de mi cama.
Y no sirvió.
El Dios que dicen
me creó a su imagen y semejanza,
–lejos del amor que se le presupone–
volvió a arrojarme al pozo de la testosterona
y la falta de empatía.
A cerrar mis ojos ante lo que
mi cabeza considera indigno de ser tenido en cuenta
y que para ellas era razón de padecimiento.
A ser rival.
Pese a todo, tú, sigues aquí.
Todos mis fracasos
han recompensado mi tenacidad con tu
compañía y tu ánimo caprichoso
pero leal.
Es hora de volver a intentarlo –me digo.
De ser el hombre que te entienda.
El macho sensible que sepa acabar las frases
de tu diario antes siquiera de que cojas la pluma.
Pinto las uñas de mis manos
y maquillo mi rostro con colores pastel.
Utilizo pinceles delicados y
perfumes que emulan olores de jardines industriales.
Y lo hago para ponerme en tu piel.
Para conocer el algoritmo de tus lágrimas.
Para sentir los escalofríos que perturban tu calma.
Para viajar hasta el abandono al que
te sometes sin razón alguna de vez en cuando.
Durante unos segundos creo conseguirlo.
Sé que dudas si abrirme las puertas
del lugar ese que te hace tan invisible a todos
o golpearme con tu silencio
al advertir mi maniobra ensayada
y construida para llegar a ti.
Durante unos segundos puedo oler
la túnica rancia que vistes
cuando visitas esa ruina de paraíso perdido
que tú llamas "tu momento".
la habitación oscura que utilizas para
creerte todo lo malo que has decidido que hay en ti.
Y entonces, me acobardo y reculo.
Reculo con la virulencia de un niño
que ha entrado por error en la caverna
de la hechicera que hierve los huesos tiernos
de los chavales.
De los pipiolos que creyeron que toda bruja
esconde un hada atormentada.
Que todo sapo esconde una princesa encantada.
Que toda incógnita puede despejarse
si atendiste en la clase de matemáticas.
Y me limpio la cara y me arranco las uñas,
desesperado por alejarme de tu refugio insano cuanto antes
deshaciendo mi disfraz y mi farsa.
A fin de cuentas…
Si Dios creo todo esto tan perfecto…
Algo debía saber de mujeres…