Los dioses me la enviaron torpe y bella.
Su inteligencia y su generosidad
no cabían en el pozo de San Agustín.
Por alguna razón yo había dejado de rezar.
Al grito de arriad las velas
mis marineros se sometían a la peor de las muertes:
la que no importa.
Moscas, perros y oportunidades
se iban apilando a mis pies apenas
me sentaba en un banco del cementerio.
Viudas y viudos hablaban de buen presagio.
El enterrador hablaba de fútbol.
En la fosa común alguien
admiraba los huesos no firmados con la misma pasión
que lo hacíamos el tonto del pueblo y yo 40 años atrás.
En el resto del planeta
nada parecía seguir igual que ayer.
Los dioses la querían a mi lado
y yo le daba la espalda cada noche en la cama.
Tal vez por falta de ambición.
Tal vez por saberla libre.
Tal vez por los "tal vez"
con los que un destino consolidado
se burlaría de nosotros.
Me enseñaba tanto que me sentí pobre
a la hora de comprar los cuadernos
en los que almacenarla.
Mi madre me dio dos monedas más:
«Vuelve a la papelería. No la pierdas...
ni estás para perder la guerra ni ella para ganar otra batalla»
Y yo compré dos barras de pan quemado.
Aún así los dioses me absolvieron:
«Será para ti con la misma virulencia
con la que escoges tu mala suerte.
Hará de tu dolor su dolor.
Elaborará su veneno con tu hierba.
Se ahogará con las semillas
que entierras en el asfalto.
Será lo que tú le permitas ser a tu lado».
Los dioses me la enviaron torpe y bella.
Su inteligencia y su generosidad
no cabían en el pozo de San Agustín.
Así la quiero / Así la destruyo.
no cabían en el pozo de San Agustín.
Por alguna razón yo había dejado de rezar.
Al grito de arriad las velas
mis marineros se sometían a la peor de las muertes:
la que no importa.
Moscas, perros y oportunidades
se iban apilando a mis pies apenas
me sentaba en un banco del cementerio.
Viudas y viudos hablaban de buen presagio.
El enterrador hablaba de fútbol.
En la fosa común alguien
admiraba los huesos no firmados con la misma pasión
que lo hacíamos el tonto del pueblo y yo 40 años atrás.
En el resto del planeta
nada parecía seguir igual que ayer.
Los dioses la querían a mi lado
y yo le daba la espalda cada noche en la cama.
Tal vez por falta de ambición.
Tal vez por saberla libre.
Tal vez por los "tal vez"
con los que un destino consolidado
se burlaría de nosotros.
Me enseñaba tanto que me sentí pobre
a la hora de comprar los cuadernos
en los que almacenarla.
Mi madre me dio dos monedas más:
«Vuelve a la papelería. No la pierdas...
ni estás para perder la guerra ni ella para ganar otra batalla»
Y yo compré dos barras de pan quemado.
Aún así los dioses me absolvieron:
«Será para ti con la misma virulencia
con la que escoges tu mala suerte.
Hará de tu dolor su dolor.
Elaborará su veneno con tu hierba.
Se ahogará con las semillas
que entierras en el asfalto.
Será lo que tú le permitas ser a tu lado».
Los dioses me la enviaron torpe y bella.
Su inteligencia y su generosidad
no cabían en el pozo de San Agustín.
Así la quiero / Así la destruyo.