Escribió su testamento en aquella curva.
Recogieron sus restos en el bar.
Se lamentaron de él en otras camas
y nadie averiguó la contraseña de su portátil.
Cavó más de cien túneles.
Se ahogaba rápido en la superficie.
Buscaba la mejor arena en los desiertos
y con cada trago tiraba por el váter otro poema.
La hora de lo que fuera le llegó tarde;
y lo que le esperara a su lado ni estaba.
Confundió el amor con las rebajas del Corte Inglés
y nunca olvidó la magia del concierto de Willy DeVille.
Que estaba por estar —le consoló Cloto.
¡Aguanta, que merece la pena! —le animó Láquesis.
¡Vete tú a saber para qué…! —lo jodió Átropos.
Luego el río escribió un poema a un tal Manrique.
Sigue… pero echa de menos haber estado.
Macbeth y Porcia continúan sudando sus sábanas.
Sobre todo cuando el metro va lleno
o conduce su coche hacia una rotonda.
¿Fin?