La tierra prometida existe.
Ella la pisa cada día.
Me envía cartas para recordarme
que mi falta de fe
me impedirá tocarla.
Que me tendré que conformar
con verla en la cama desde la puerta.
Supongo que es un precio justo.
Nunca he valorado una promesa.
Me saben igual que el agua.
y del agua no se recuerda el trago.
Será que nada que sea necesario
es capaz de horadar la memoria.
Ella dice no estar preocupada.
A fin de cuentas sabe lo que sufro
con cada golpe de suerte y que
las miradas que no se conforman
son las miradas del infeliz.
Lo saben las religiones.
¿De qué otra manera convencerían?
—me pregunta desde la cama.
Entiendo que solo le gusto por eso.
Porque nunca llego
y es obligado un buen horizonte
si a uno le gusta galopar.
A ella le gusta mucho.
Vete tú a saber si será esa la razón
de que no se conforme con un solo jinete.