Fotografía: Javier Casino y sus demonios. |
La cabeza del ángel en la caja de Amazon
nos dejó claro el fin de otra era.
El cartero arqueó las cejas
y subió los hombros.
Se sabía el mensajero y la suerte que corría su estirpe
cuando un destinatario no aceptaba la noticia.
El mayor de nuestros jóvenes
no dudó en darle propina.
El más joven de nuestros ancianos
reconoció la cara de su primera novia
entre los pliegues de tu blusa.
Yo ni hice ni dije nada.
En mi opinión un ángel muerto
es lluvia sobre mojado.
Tú te acercaste para escupirme en los zapatos.
Me llamaste cobarde.
Charco de mierda
y otras cosas que me resultaron poéticas
a pesar de tu intención de insultarme.
El joven de los ancianos se rió y aplaudió.
Por alguna razón le divertía
que yo no fuera a ocupar tu cama esa noche.
«Ni yo ni tú, gilipollas» pensé.
¿Qué se puede esperar de una raza así?
¿Cómo puede resultar una victoria
para alguien que nadie gane?
Entonces dos de los niños
se pelearon por adornar sus mesitas de noche
con la testa del ángel.
No tardaron sus madres en pelearse también.
Tú me cogiste de la mano.
«Tengo miedo de convertirme en eso»
me susurraste señalando a las hembras.
Yo ni hice ni dije nada.
En mi opinión un ángel muerto
es lluvia sobre mojado.
Tengo muy claro de qué va todo esto.
Nadie es nadie hasta que necesita serlo
para no ser el último.
¿De qué sino se hubiera inventado el ajedrez?
Miré al viejo cabrón y te besé en la oreja.
Su calavera de cuero dejó de sonreír.
Sé de sobras que su primera novia
tuvo que estar hasta los ovarios de él.
Reconozco a un cabrón
aún sin tenerlo como amigo en las redes sociales.
Te cuento todo esto por lo que me has preguntado:
¿Por qué sino te podría haber gustado
tanto el polvo de aquella noche?
Yo no hice ni dije nada.
En mi opinión un ángel muerto
es lluvia sobre mojado.