No es el fin del mundo.
Los perros siguen teniendo pienso
y los niños se apadrinan por correo.
El mundo va de cuentas bancarias
y cursiladas de diseño.
Tus versos y los míos
saben a salmo responsorial
de monaguillo desengañado.
Ni tú ni yo vamos a sabotear nada
porque ninguno de los dos conocemos el proyecto.
Mientras tanto yacemos entre cojines y Netflix.
Entre sucedáneos de amor,
asepsia y apareamientos varios.
Lo escuchamos todo
y olvidamos nuestra voz interior.
¿Suerte?
La inercia del planeta
nos permite errar una y otra vez.
Hoy, convocados al encierro,
nos redimimos de nuestros pecados
hacia allí y hacia allá.
El malo es el otro y el otro dice que el otro
y el otro que el otro, pero...
¿quién es el otro?
El malo es el otro y el otro dice que el otro
y el otro que el otro, pero...
¿quién es el otro?
¿Lo peor?
Que yo no estoy seguro de nada
porque todo lo que una vez se dio por cierto
más adelante se condenó.
Quizá no seamos nada más
que la opinión de la estulta mayoría.
Eso, o poco menos...