Me pidió que usara las pinzas de madera en la sartén.
Las metálicas podían quitar el esmaltado antiadherente.
Por lo visto esa era la razón de que las sartenes me duraran tan poco.
Eso me lo dijo a las pocas horas de conocernos.
La había invitado a terminar la noche en mi casa
y de madrugada nos entró hambre y preparé algo.
Ni siquiera había sartenes a la vista.
¿Cómo podía saber si me duraban poco o mucho?
No di más importancia al asunto.
La gente tiende a magnificar la nimiedad
para convertirla en regla universal
y así tener algo de lo que hablar que no sea de ellos mismos.
A la mañana siguiente nos despertamos con hambre.
Se ofreció a preparar los filetes que tenía en la nevera a punto de caducar mientras se colocaba con gracia las bragas.
Yo llegué unos minutos más tarde a la cocina.
Los estaba cortando en trozos más pequeños
con un cuchillo y un tenedor metálicos apoyándose en la propia sartén.
Me interesé por la razón que le llevaba a incumplir
su propia sugerencia.
«Yo tengo cuidado» me explicó.
¿Cómo podía saber si yo era un hombre que no tenía cuidado?
Apenas habíamos hecho otra cosa que no fuera follar
en el poco tiempo que nos conocíamos.
No di más importancia al asunto.
La gente tiende a juzgarte sin conocerte
para hacerse una idea falsa de quien eres
y así poder cumplir sus fantasías de curarte,
mejorarte o lo que sea que quieran hacer contigo.
Nos casamos al año.
Seis meses después no me quedaba ninguna amiga.
Según ella todas me amaban en secreto y
esperaban pacientes a que después de 15 años de amistad
las poseyera como el mejor amante.
No era sano para nuestra relación que conviviera con la tentación.
Al año y 8 meses la encontré con otro hombre en la cama.
Soy un hombre que entiende lo bueno y lo malo del matrimonio.
Lo malo de que dure mucho y lo bueno de que acabe pronto.
Quise tranquilizarla. Le expliqué que no se preocupara por mí.
Encontraría a otra. Volvería a ser feliz.
Pero me aclaró que no estaba nerviosa. No debía tomármelo a mal.
Por lo visto no eran cuernos graves...
Sí... había pasado... pero no sentía nada por él...
se trataba solo de la casual combinación
de un calentón y un desconocido que llevaba
trabajando varios meses en su oficina
pero con el que nunca había intimado de esa forma hasta ese día.
Había sido solo un calentón.
Solo sexo.
Solo sexo y nada más.
Puedes creerme, amigo, cuando te digo
que en lo único que pensé mientras la escuchaba
fue en la jodida sartén.