lunes, 29 de octubre de 2018

la serpiente Abigail.




Tropezaba a menudo con sus palabras.
Iban más rápido que sus pasos.
Tampoco le importaba mucho.

Decía que lo importante era follar
y tener a alguien con quien hacerlo que
fuera de carne y hueso.
Con sabor a pasión y necesidad.
Con olor a tierra fértil, tempestad
 y a secuoya anciana.

"Los polvos venidos del narcisismo
suelen acabar rompiendo los espejos".

Eso decía.

Y que sobre cristales rotos
resultaba jodido caminar deprisa,
y que entonces su voz
todavía le sacaba más ventaja,
y que... esto y lo otro.

A mí me gustaba escucharla.
Tenía el silbo de la serpiente
y su cuerpo se retorcía como el de una gata.

Tienes que saber a lo que me refiero, amigo.
Parece que se te estén entregando
pero en realidad tú eres su ovillo de lana.
Su ratón de campo.

No entendía como no se devoraba a sí misma.

Aunque como casi nunca entiendo nada 
cuando estoy con una mujer
decidía no pensar y prometerle algo. 
Algo que ninguna Abigail pudiera descifrar
sin reconocer que detrás de su belleza e inteligencia
siempre habrá aburrimiento y discordancia.
Algo que la desconcertara de su instinto
y la acercara entre mis brazos
a la primera vez que un hombre se tumbó sobre ella
llamándola ÚNICA.

Ahí ella me dejaba libre durante unos segundos y sonreía.

«Demasiado pronto para cumplir
y tarde para prometer, chico.
¿De qué tienes miedo?»
—me susurraba a unos dedos de mi cara.

«De defraudarte» —respondía yo entre estertores.

«Eres lo que traes.
Traes lo que te dieron.
Te dieron lo que aprendieron.
Aprendieron lo que no supieron olvidar.
¿Todavía crees que pintas algo aquí
capullo?»

Y sin más herramienta que su calor
me abría desde el cuello hasta donde acaba mi piel.
Cogía lo que en ese momento necesitaba de mí
y me bendecía con el spoiler
del camino hacia el cielo.

Yo mientras tanto aprendía a quererla
tal y como me enseñaron en la clase de biología:

Sin saberlo.



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