miércoles, 24 de febrero de 2021

Una de gracias a una de la infancia





(En la foto todos los aludidos en la playa de Nunca Jamás)



Fui a recoger al hijo de mi pareja al colegio.

Aprendía a jugar al baloncesto después de las clases.

Todos los padres del resto de niños eran altos.

Mi pareja es alta.

Yo soy como soy y a veces ni me acuerdo.


De niño odiaba el baloncesto y la playa.

Nunca supe encestar y tenía miedo al agua.

Ni daba la talla ni sabía nadar.

Me limitaba a mirar el mar desde la orilla

y a contar las olas mientras mi hermano 

se confundía entre los bañistas. 


Os desvelaré el secreto:

Hay tantas como tantas seas capaz de contar.  


En realidad nunca me interesó el deporte

hasta que Patricia, una niña de 10 años,

quiso jugar al fútbol conmigo aquel agosto

en Peñíscola (buscar ubicación en Google Maps

y abstenerse de corromperla si aún no la conocéis).


Aprendí a regatear y soporté perder.

Fue el verano más corto de mi vida.

Su madre estaba muy enferma

y su "tete" pequeño, Marcos, 

se interponía entre lo que no sabía que significaba

y mis ganas de encerrarlo en un armario

para que nos dejara en paz. 


Su padre tuvo que devolverlos a Madrid.


Aún hoy la echo de menos

de la manera que se anhela la infancia

cuando has tenido la suerte de tenerla. 


Patricia me enseñó todo lo que necesitaba aprender

 del fútbol, de la playa y me cobijó en una niñez perenne.


No he vuelto a verla y eso me jode.

Me hubiera gustado darle las gracias.


Nadie merece enterrar a una madre

sin saber que va sembrando vida. 





domingo, 21 de febrero de 2021

les llamaban los elefantes

Dibujo: Paloma Sorribes




Ella era ciega y su marido cojo. 

Comían, bebían y dormían en su propia casa.

En el barrio les llamaban los elefantes

y en el trabajo por su nombre de pila.

Repartían suerte en la medida 

que la suerte se acordaba de ellos. 


Nevara, lloviera o abrasara el sol

ocupaban su casilla.

Cuidaban de estar en cada tirada de dados.


La ciega se encargaba de escoger al ganador

y el cojo de buscarlo para entregarle su premio.


Lo de elefantes era  

por aquello de que la fortuna los escogía

en contra de la estadística. 


Un día cansado, el cojo, de tanta caminata

decidieron usar su talento contra ellos mismos.

Apostaron su fortuna al número que la ciega vio.


Ganaron.


Llegaron tempestades y tinieblas.

Del suelo brotaron hongos venenosos

y del veneno licores que traían felicidad. 


Nadie entendió su desdicha.

Si ella había visto y él ya no tenía que desplazarse…


…¿cual era el problema?



miércoles, 17 de febrero de 2021

Solo por esa vez me alegró ser lo que era.




Resumiendo:

 que ella era “la Cloto” y yo “la Átropos”.


De sus cuidados surgían mis cánceres

y de las charlas a media noche

varias razones para no

saber a qué hora llegaba el autobús. 


Nadie la entendía salvo los renacuajos de las charcas

 que no servían para ser ranas.


Ese era su poder:

Ganar sin enterarse.


Me acogió cuando me abandonaron

en una cesta en el Nilo

y nunca preguntó por mis apellidos.

Le bastaba con saber que hiciera lo que hiciera 

o acertaba o f@llaba.


¿Cabía algo más en la vida de alguien?—

preguntaba humilde casi siempre a la hora de morir.


Yo me lo hice con ella más de cien veces en un año.

Ni por amor ni por cólera. 

Mis ojos la deseaban

 y mi polla se subía a la cofa de la galera

para advertirme de que había más océano

después de pisar el primer charco.


Aún con los avisos de Láquesis

nunca la vi venir. 


Era más sabia que yo.

Ni tempestades ni sequías.

Sin decir, sin hacer, sin estar…

… me dejó claro que,

en caso de romperse algún hueso,

 yo tendría que pasear a su perro.


Solo por esa vez me alegró ser lo que era.


El perro sí que estaba “al dente

y a mí me exigían cada vez más rendimiento

si quería cobrar las comisiones. 








jueves, 11 de febrero de 2021

Las curvas y la velocidad


A veces, conduciendo,

la calefacción de mi viejo volkswagen

no es suficiente para quitarme el frío.


***


La carretera siempre me captura

y me recuerda que conducir sin respetar las normas

equivale a una multa.


Hubo un guardia Civil que me aconsejó

no correr tanto:

«Las curvas, aún respetando la velocidad,

pueden marear a los pasajeros.

No se inventaron los límites 

para que tú estés bien

 sino para sujetarte en caso de accidente»

 —me dijo condescendiente.


Recordé mis clases de literatura en el instituto:

El mar significaba la muerte

 —me habían hecho creer.

Luego repetí varios cursos

por no saber responder 

cual era el elemento periódico de la vida.


Los escalofríos son muertos

que pasan a nuestro lado 

—dijeron en la película.

 Encendieron las luces del cine

y una pareja había concebido una vida

debajo del chorro del aire acondicionado. 


No todo han sido milagros y regocijo.


La basura esparcida por las butacas

 me hizo pensar en “mi periquito”.

Un pájaro azul que me regaló el vecino de arriba

cuando yo todavía me creía capaz de cuidar de alguien

y mis padres me cortaban los filetes para que no me atragantara.


***


A veces, conduciendo, 

Aflojo el pie del acelerador 

y pongo la radio del viejo volkswagen.


Nunca deja de sonar el  “Mamma Maria” de Ricchi E Poveri.


¿Cómo no voy a bajar la ventanilla? 


martes, 9 de febrero de 2021

¿el huevo o la gallina?





La gallina me lo explicó.

Antes que el huevo estuvo la pregunta 

y antes de una pregunta

solo podía existir un necio hambriento. 


Zorros y lobos abdicaron 

mientras el humano inventaba la tortilla

y la tierra se revolvía 

tratando de averiguar la dirección correcta. 


Mi primer beso necesitó de otro

y unos pocos después 

todos se amotinaron exigiéndome follar por doquier. 


Por eso el sacerdote me acusó de pervertido,

el arte de humano

y Darwin de sensato.


Aprendí que al final de mi vida me espera el suelo.

Lo hice cuando sangré por las rodillas

saltando para chutar aquel balón.


Recibí los sacramentos y lo agradezco.

Uno no puede estar seguro 

de si los que estuvieron antes que yo

entendían que la cosa no tiene que ver con los goles. 


Cosa de antiguos, cosas de padres y abuelos… 

Lo pasado, pasado… lo presente jode o no jode.

Depende de la nómina y los escrúpulos 

(¿o es al reves? no me acuerdo…).


Regresé a la gallina.

Abrí el horno y le pregunté por el futuro:


«Dura más de lo que soportamos» —me contestó.


Probé el caldo del asado y me relamí con su sabor.

Para mí que la gallina había resuelto

el origen del universo.


Esas palabras nunca las hubiera cacareado un huevo.


la sirena Casandra

 






Dejó de contemplar el mar.


Una sirena le invitó a su cueva

y cuando tuvo que ir al baño a lavarse los dientes

descubrió moho por todas partes.


«Nosotras lo llamamos coral» —se disculpó ella

a fin de retenerlo.


Coral, moho, óxido, hierbajos…

daba igual como lo llamaran,

la verdadera razón para irse era la humedad.


«Es terrible para los huesos» —se quejó el tipo —,

—«provoca reúma».


La sirena le suplicó que se quedara.

La necesitaba como ella a él.

Eran tal para cual. 

No sirvió de nada. 

Ante el rechazo de su amante a los argumentos

 la sirena recurrió a su canto pero era tarde.


Él se había puesto auriculares de marca

y escuchaba al mejor grupo

hecho de arena cálida y pasos firmes.

Uno de esos que salían de las impresoras

y se vendían a los cerebros tiernos

a punta de padres ocupados y buena tecnología.


Pasados más de cien años él seguía vivo,

la sirena adornaba un acuario de un club de moda

y los océanos se resumían a tos y migrañas. 


¡Y mira que le advirtieron que de usar auriculares

se quedaría sordo!


domingo, 7 de febrero de 2021

mi viaje en el autobús







Graznaba. 

Otros decían que cantaba.

La cosa era que estaba buena

y la mayoría de los hombres

que la escuchaban lo hacían en el baño.


Pasó al revés. 


Él rebuznaba

y algunas decían que no había mejor voz.

Era feo pero miraba a los ojos.

Las mujeres llamaban a la radio

y la publicidad las complacía.


«¿Cómo?» —me indigné. 


Fui a mi psicólogo y le pregunté sobro todo.


«No es cuestión de géneros» —me aclaró —

«Se trata de oídos y sensibilidades»


«¿Es que las orejas no escuchan al corazón?»


«Solo si tu corazón está donde tiene que estar» —me respondió.


«¿Y donde está el mío?» —le pregunté.


«Entre tu demencia y lo que consideras cuerdo»

—me dibujó en una pizarra, sin hablar, y tras coger mi dinero.


Desde ese día la música me sonó a colesterol

y aderecé mis ensaladas con Heavy Metal.


Unos meses más tarde hice cola para subir a un autobús.

El revisor me advirtió de que el viaje era duro.


«¿Por el clima? ¿Por los baches? ¿Demasiadas curvas?»

 —me interesé.


«Nada de eso. Los viajes son duros porque te llevan

 de lo que conocías a otra parte» —contestó petulante.


«Entonces es duro el destino, no el viaje» —maticé más petulante que él.


«Hijo, presta atención al hilo musical cuando se cierren las puertas»

—me espetó riéndose mientras se quitaba el sonotone.







jueves, 4 de febrero de 2021

Gabriel y su dolor


La vida duele según las palabras 
que se escojan para escucharla.
 Así se lo contaron a Gabriel,
 el ciego que aprendió a comulgar
 formando la fila.

 Vendía rosas junto a la puerta de un banco
 porque defendía que el dinero
 y el buen perfume deben cruzarse 
en algún lugar de sus caminos.
 «Era la única forma de que la gente se cubriera
 de mierda sin sentirse mal —defendía». 

 Gabriel respiraba humo
 para sanear su espíritu
 y comía de todo convencido de que algo
 lo acabaría matando antes de tiempo.

 Tuvo varias novias y las traicionó a todas
 mientras merendaba viendo la televisión.
 Ninguna le reprochó nada
 excepto la última. 

 —«Gabriel —le dijo ella — no es justo
 que teniendo el “rabo” que tienes
 te distraigas con algo que no puedes ver».

 Desde ese día se quedó sordo, mudo
 y se tumbó en el sofá con la tele apagada.
 Su perro avisó al 112.
 Encontraron a Gabriel tatuado de llagas
 y sepultado bajo sus creencias. 
El forense adujo su muerte a unas gafas en el estómago. 

 Por lo visto no era ciego sino miope. 


«Ojalá hubiera podido ver de lejos —deseó el cura en su funeral—, 
le aguardaba una televisión de la hostia gracias a internet».