Dejó de contemplar el mar.
Una sirena le invitó a su cueva
y cuando tuvo que ir al baño a lavarse los dientes
descubrió moho por todas partes.
«Nosotras lo llamamos coral» —se disculpó ella
a fin de retenerlo.
Coral, moho, óxido, hierbajos…
daba igual como lo llamaran,
la verdadera razón para irse era la humedad.
«Es terrible para los huesos» —se quejó el tipo —,
—«provoca reúma».
La sirena le suplicó que se quedara.
La necesitaba como ella a él.
Eran tal para cual.
No sirvió de nada.
Ante el rechazo de su amante a los argumentos
la sirena recurrió a su canto pero era tarde.
Él se había puesto auriculares de marca
y escuchaba al mejor grupo
hecho de arena cálida y pasos firmes.
Uno de esos que salían de las impresoras
y se vendían a los cerebros tiernos
a punta de padres ocupados y buena tecnología.
Pasados más de cien años él seguía vivo,
la sirena adornaba un acuario de un club de moda
y los océanos se resumían a tos y migrañas.
¡Y mira que le advirtieron que de usar auriculares
se quedaría sordo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario