lunes, 13 de octubre de 2014

Tú me...

Fotografía: Sonia Hidalgo

Me debilita tu mirada. 
Me desconcierta tu voz.
Me excita tu identidad.
Te contemplo como el sabio
admira el universo.
Ansioso de hallar la clave
de todo.
Ignorante.

Te tengo leyendo a mi lado
y entorno los párpados 
para atravesar tu pensamiento.
Pretendiendo, lleno de ingenuidad,
saber si en tu lectura
el protagonista de la historia
es como yo. Si soy yo.

Me descubres violando 
lo que no me quieres dar.
Lo que es tuyo.
Y me pides hacer algo juntos.
Me quedo con la boca abierta.
Ni las moscas se atreven a acercarse.
Mis labios te pertenecen.
Lo sabemos todos.
Lo saben las moscas.
El aire.
Y las palabras.

Entonces me confirmas 
tener suficiente con mi admiración.
Otro día haremos algo, me dices.
Hoy te conformas con que solo yo
esté entretenido fotografiando
lo que con tanto mimo
los átomos han creado para mí;
y que tanto te aburre a ti.
Tú misma.

Sé que un día no será bastante.
Sé que tendré que ponerme manos a la obra.
Sé que un hombre que se esclaviza 
a una mujer es un futuro solitario.
Jugaré a tensar más la cuerda
de la pasión y la desgana.
Y confirmaré qué hay de cierto
en lo de... afortunado en el juego


...desafortunado en el amor.

viernes, 10 de octubre de 2014

sin inspiración...

Fotografía: Sonia Hidalgo
Enciendo el portátil.
Abro el procesador de textos.
Selecciono nuevo documento en blanco
y me quedo “in albis" como las sábanas de la canción.

¿Dónde están tus jodidas palabras
de angustia emocional? –me pregunto.
La pantalla del ordenador emite una pequeña risa.
¿Qué tal te sienta la felicidad?
¿No te resulta útil para escribir? –se burla.

Lejos de sentirme ofendido,
mi cabeza vuelve a acostarse 
en el recuerdo de su generoso vientre.
En esas horas de siesta 
que en nada se parecen
a las que padecía hacía apenas 
unos días antes de conocerte.
Aquellas que invocaban pegajosos sueños macabros.
Desfiles carnavelescos de perjudicadas criaturas 
de mi submundo.

Vuelvo a mirar la pantalla.
Puedo escuchar con claridad los cánticos
de la cofradía que va a asistir al sacrificio 
de lo único que nunca me ha abandonado:
Mi necesidad de marcar con tinta
las emociones que mi cuerpo se niega 
a representar.

Piensa, me dice mi acomplejada inspiración.
¿Cómo sería que ella te dejara?
¿Cómo sería que ella te engañara?
¿Cómo sería otra caída desde lo más alto del amor?

Y pienso…

Pienso en que si me dejara al menos la habría tenido.
En que si me engañara habría tenido la delicadeza 
de escogerme a mi de entre todos los hombres para hacerlo.
En que caer desde lo más alto significa 
haber visitado el cielo al menos una vez.

Y entonces me queda claro.
No es el momento de escribir nada.
Es el momento de rellenar los tinteros de descanso
aprovechando toda la vida que me está ofreciendo.

No hacerlo sí que me alejaría de lo que me es imprescindible para escribir:


Una vida junto a ella.