En mi Roma el César es siempre una mujer
y en el Coliseo no se matan cristianos.
No hay más fiera que sus piernas
ni más tortura que saberme privilegiado
por haber sido esclavizado.
Aún así yo miro al cielo
y me encomiendo a la voluntad de mi Señor.
Asustado le rezo:
«Si has de liberarme hazlo ya, Padre,
no esperes a que su imperio sea invadido
y devastado por otros ejércitos y sus lencerías»
Él me habla de primaveras y otoños.
De veranos y de inviernos.
Y me explica que la respuesta
nunca está en los climas tropicales.
Dice que allá donde el verde es perenne
se esconde el secreto de la vida eterna
y que vivir para siempre aburriría a cualquiera
que no supiera crear un universo de la nada.
que no supiera crear un universo de la nada.
Que nadie puede lograrlo.
Que los monoteístas estamos en lo cierto.
Y que gaudeamus igitur iuvenes dum sumus.
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