Hay un parque al lado de su casa
donde he instalado mi pequeño refugio
para fumar.
Ella no lleva bien que fume.
Dice que huelo mal y que mi pestilencia
ahuyenta sus ganas de besarme.
Dice que mi olor natural queda sepultado
por el aroma genuino americano
y que no soporta el sello yankee.
He probado casi todo para liberarme de este
vicio que maltrata nuestra pareja.
Pero no hay caso.
Sus besos son muy caprichosos
y aunque me abstenga de tragar humo
durante un día entero al llegar la noche
nada garantiza que pueda bendecirme
con su saliva de 40 grados.
.
Unas veces porque esta triste.
.
Otras porque echan algo que le gusta en la tele.
Otras porque no sabe si besarme
es un desperdicio de su amor.
Entonces me arrepiento de haber salido de mi refugio
para visitar su cama
Y me digo sobreactuado y enfadado:
"Eres idiota. Sus besos no
dependen de tus gestos muchacho.
Sino de todo lo que no le dieron cuando era niña"
Y entonces mis labios vuelven
a reclamar un
cigarro
con la virulencia de un mar revuelto.
Me acuerdo de como tuve que superar la adicción
a su boca el verano que ella prefirió un porche
descapotable a mi viejo Volkswagen familiar.
descapotable a mi viejo Volkswagen familiar.
.
El tabaco me ayudo a sobrellevar el mono hasta
que se dio cuenta de que en invierno los descapotables
se convierten en coches ataúd y regresó al confort de
mi coche cama.
Se lo explico con la esperanza de que
capte la idea y caiga en la cuenta
de qué sólo es cuestión de reinvertir el proceso.
Evitar el problema es ganar el
tiempo que se pierde en buscar
soluciones.
Así le digo cariñosamente:
“Si te molesta que fume para
sustituir tus besos
solo tienes que besarme para acabar con
los cigarros”
Pero ella saca otra conclusión de todo esto.
Me mira con esos ojos tan inescrutables
y me dice:
“Tu ya no me quieres.
Ahora eres otro.
El que yo conocí renunciaba a todo
sin que tuviera que darle nada”
... Y puede que tenga razón. Nunca he sido bueno
analizando la verdadera razón de nada
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