Has abierto el armario que te pedí dejar cerrado.
Dentro has descubierto un cenicero a rebosar,
fotos de mujeres anteriores a ti
y un poema que me escribió la primera dama
que dijo ser mi amiga.
Tu sonrisa se ha borrado, ha quedado pendiente el polvo que traíamos entre manos y el cenicero se ha caído de tus dedos esparciendo la ceniza que yo había acumulado con tanto mimo durante años.
No me has preguntado por qué lo guardaba todo.
Simplemente te has dirigido a mí con tu arma más maldita.
La que tanto temo y, la que una y otra vez,
prometes no volver a usar.
"Esto no va a funcionar"
me dices como si hablaras
con alguien que has dejado hace tiempo.
Y a mí me pasa lo que me sucede siempre que la usas:
que algo, que yo llamo alma para sentirme aceptado,
se desploma entre mi ropa haciéndome sentir ridículo,
ni siquiera desnudo.
Desnudo te conmovería,
ridículo solo sirvo para encajar otra pieza
de ese rompecabezas que has fabricado
para que no puedas pertenecer
del todo a ningún hombre.
Pienso entonces, mientras recoges tu bolso y tu abrigo,
en guerras nucleares, animales maltratados, la lepra
y las sabias palabras que me dio tu padre cuando te viniste a mi hogar:
¡OJALÁ QUE NO NOS LA DEVUELVAS NUNCA!
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