Ves perfectamente
el cristal. Te ríes de la mosca que choca y choca contra tu ventana. ¿Cómo es
posible que ella no lo vea? ¡Si ni siquiera está limpio! Decides tener un gesto
de buena voluntad y abres una de las mitades de la ventana. Pero nada. La mosca
sigue golpeándose una y otra vez contra el vidrio.
Empiezas a
cansarte… sabes que una mosca solo es una mercancía alada de microbios que
pueden infectar tu comida… aún así... por una compasión aprendida le empujas un poco advirtiendo al
incontrolable insecto de que tu paciencia se está gastando… y que probablemente
no tardes en estampar tu mano contra su cuerpo repleto de patas.
Y ¡PAM!
Terminas haciéndolo. La mosca ya está muerta… y en una de esas necesidades
absurdas del ser humano le explicas que ya le habías mostrado el camino
suficientes veces como para tener ahora cargo de conciencia por haberla matado.
Te ríes…
otra vez, y te compadeces de su falta de inteligencia… de pronto entra tu
pareja en la habitación… sigue sin hablarte… lleváis más de cincuenta meses
peleando por cualquier cosa.
Y piensas:
…ojalá que
alguien te diera las mismas oportunidades que tú le diste a la mosca.
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