No me gusta el juego del escondite.
He perdido a muchas mujeres
por no saber encontrarlas.
Al principio parecía divertido,
luego la cosa se iba complicando
y al final no cabía más conclusión
que la de que ellas se habían despeñado
por un acantilado del que no se distinguía
fondo alguno.
Luego, pasado el tiempo
las volvía a encontrar paseando
por la avenida principal de la ciudad
abrazadas a otros tipos.
Algunos se parecían a mí
aunque otros eran completamente
distintos.
Un día tomé el valor para
pararme a hablar con una de esas parejas.
Quería preguntarle a él donde la había encontrado.
Yo había buscado en cada rincón del bosque,
en cada gruta o socavón.
Incluso me había enfrentado a algún
que otro animal salvaje por haber invadido
su territorio.
«Tengo cicatrices y todo» le maticé.
Y el tipo, muy cortes por cierto, me contestó:
«Deberías haberla buscado en mi cama.
Es el primer lugar donde hay que buscar
a tu pareja en el juego del escondite,
pero estabas demasiado enamorado como para saberlo»
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