lunes, 6 de noviembre de 2017

lo que de verdad importa


He soñado que acudías a la iglesia 
corriendo semidesnuda e implorando
que me perdonaran por adorar al diablo.
Que no me arrojaran a la hoguera.

Me ha enternecido verte de rodillas
ante el párroco más viejo.
Estabas bella. Sudada. Esbelta.
Y tan asustada como airada.
Igual que cuando huyes de ti.
Una mezcla perfecta para que 
yo siga queriéndote a mi lado 
cada día de mi vida. 

Eso mismo le he dicho al cura:

«No hay otra razón para que
adore al diablo. Quiero que no 
se distraiga con más tentación
que la mía y me resulta incómodo
hablar de hambres humanas a su Dios».

El párroco te ha acariciado la nuca 
y tú le has mirado a los ojos suplicante.
He sentido celos. El diablo no estaba haciendo bien 
la parte de su trato. 
Me estaba fallando.
Toda la gracia que hay en ti
debería dármela solo a mí. 

«Caballero... no debe preocuparse»
ha dicho otro sacerdote más joven
«Usted ha pecado pero es comprensible.
Ella es tan bella...» y luego se ha acercado
a ti.

Tú permanecías despeinada y 
con los ojos en lágrimas, de rodillas
y escoltada por los dos religiosos. 
Algo me advertía de que lo peor 
de mi castigo no iba a ser la hoguera.

«Tengo dinero para arreglar el campanario»
les he confesado desesperado intentando el soborno.

«Dinero tenemos de sobra» me han respondido
al unísono «Mujeres así y creyentes no tantas...»

«¡Claro que sí!» he protestado «La iglesia está llena 
todos los domingos de beatas»

Y el párroco más viejo, acariciando 
tus labios con la yema de su dedo índice ha matizado:

«No he utilizado una preposición sino una conjunción, hermano perdido»

Me he despertado empapado en sudor.

A fin de cuentas no es para menos.

¡¿Cómo he podido pasar por alto esa diferencia?!


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