miércoles, 6 de diciembre de 2017

se me escapó la muñeca.


Se me escapó.

La muñeca de madera
que con tanto mimo construí
se me escapó.

No debí dejar las cortinas abiertas.
Lo leí en sus ojos.
En cuanto comparó la grandeza exterior
con el interior de mi hogar
algo en su cabeza de madera
se agrietó y dejó brotar una idea mala.

Porque... ¿adonde va a ir ella sin mi?

Yo la creé.
Son mis ojos los que interpretaron
su idea de realidad.

Y ahora no la acompañan.

No entenderá lo que vea.

¿Cómo va a reaccionar cuando
compruebe que nada es lo que parece
ahí afuera?

En mi casa el fuego era calor.
Las paredes cobijo.
La comida un derecho.
El agua... magia.

Y ¿qué pasará si algún desalmado
interpreta sus piernecitas de madera
como buena leña para su chimenea?

Pero me lo ha dejado claro.
Me ha dejado una nota en la almohada.
Una nota amarga en la que se puede leer:

"Odio tu permanente olor a madera.
Odio tu serrucho, tu azuela, tu martillo,
tu rasera...
Odio todo lo que te eres porque te ha hecho
creer que eras capaz de darme algo más
que la mera existencia. Lo que tú llamas vida"

Cualquiera la tacharía de desagradecida.

Pero yo sé que en el fondo. Su odio...
su odio no es sino la herramienta
que ella utiliza para convertir
mi esqueleto humano en una talla barata
de las que se olvidan en el
camión
de la mudanza.

Se me escapó.

La muñeca de madera
que con tanto mimo construí
se me escapó.

No debí enseñarle
los secretos del oficio.




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