miércoles, 20 de diciembre de 2017

ella y el agua del desierto.




La amo por desconocida.
Y por desconocida la evito
en las calles oscuras
y los días de vendaval.

Tal y como me advirtió 
que lo hiciera
antes de su primera regla
juntos.

Y es que sabe ser niña
y maestra,
y adulta y enemiga...
y no estar
 quedándose después del portazo.

Eso sí... escondida...
entre mis memorias
más enclenques. 

Para no dejarse encontrar
hasta que la he olvidado.

La amo porque cada noche
se despide con un beso antes de dormir.
Y dormida la contemplo
advirtiéndola ajena.

Entregada a los juegos
del patio de recreo de un colegio
de uniformes ateos.

A veces le pregunto mientras duerme:

«¿quién es tu hombre, mujer?»

Y se despierta. Me observa.
Y me responde:

«Nadie se preocupa de las hormigas
que se llevan los huracanes».

La amo porque es tan amiga
como el agua del desierto.

Difícil de encontrar
 y necesaria para seguir vivo.






















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