Dijo que se iba y se fue.
La podía ver desde la ventana.
En realidad no se había ido muy lejos.
Para mí mejor. Yo la quería.
Fui al armario y me puse unos pantalones,
una camisa y unos zapatos.
Bajé a buscarla.
Si amas a alguien no puedes dejar
que sufra esperando si vas a ir a buscarlo o no.
Pero no estaba.
En su lugar había un pequeño brote
de una planta salvaje de esas que crecen
entre los ladrillos y el cemento.
Oteé mi alrededor. Ni rastro.
Entonces sonó mi móvil.
Era ella.
Descolgué. Y colgó.
Marqué su número.
Si amas a alguien no puedes dejar
que sufra esperando si vas a llamarlo o no.
No me lo cogió.
Regresé a mi casa. Cerré la ventana y me acosté
sobre las sábanas que todavía la recordaban al detalle.
Pasaron dos semanas y recibí una carta.
Supe que era suya.
«Me he ido» era todo lo que decía.
¡Joder! ¡joder! y ¡joder!
¡Por mucho que la quisiera!
¡Por mucho que la amara!
no me quedaba
más remedio que hacerla sufrir
esperando mi respuesta.
No había remite.
El verdadero amor es el amor de dar, no el de recibir, todo lo demás es amor de peces..
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