Dibujo Paloma Sorribes |
Que había trazado un mapa en la niebla
confiando en el verano
—me dijo desvistiéndose.
Era musgo y leía a Asimov.
No le importaba la dirección del viento
porque el sentido de la vida
se lo enseñó un árbol.
Conocía la tabla periódica
y se divertía con los desnudos de los actínidos
en las pelis proyectadas en la universidad.
Trataron de quemarla pero no ardía.
Quisieron atarla pero se escurría.
Rezaron para exterminarla
y floreció entre las tumbas
de los que se asfixiaron con el humo de sus hogueras,
la tensión de sus sogas
y las reglas de sus dioses de fondo de armario.
A partir de ahí nadie supo respirar.
Sus verdugos se postraron acusando a los jueces,
los jueces se deshicieron de sus mazos
culpando a los gobiernos
y los gobiernos hablaron
de plagas de carcoma y remedios venideros.
Que todo llegaba a su fin
—escribió un gilipollas en las redes sociales.
Se equivocó.
Ella no se conformaba con el Apocalipsis.
Que más allá de la razón existía la vida
—me susurró después del mejor polvo que he tenido.
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