La lluvia huele cuando toca la tierra.
Con los pies en el suelo
se puede alcanzar el cielo.
Si miras los tejados serás feliz
pero corres riesgo de tropezar con un bordillo.
Las nubes inspiran como el suelo alecciona.
Y de todo lo importante solo aprendemos
lo que nos da de comer.
Aún así debemos luchar por algo.
Para algo estamos aquí —dijo uno de los primeros —,
para ver crecer un árbol, para esquivar una bala,
para perseguir una mentira,
para ser la comida de un buitre.
Ella me lo dejó claro cuando la tristeza
me asaltó en una de las esquinas de nuestra cama.
Un “Curro Jimenez” robaba en nuestra hacienda
mientras mi esposa rezaba desnuda
al crucifijo
que colgaba sobre el cabecero.
«No le des mayor importancia —me pidió mi querida —
A fin de cuentas quien reza es perdonado
y
a quien peca le suceden cien semanas más de pecado».
Setecientos y un día después de aquello
una anciana me invitó a su casa a tomar té con pastas.
Todos la llamaban bruja
porque reconocía
el sufrimiento de los hombres
y lo trataba con ungüentos que su joven hija untaba sobre nuestra piel.
Mi esposa fue infeliz a partir de ese momento.
Yo comenzaba mi tormento:
cien semanas de pecado me aguardaban en casa de la vieja.
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