Cerraron el muelle por el temporal.
Los últimos pescadores no llegaron a tiempo.
«Lo que vive de la mar
no debe perecer en tierra»— dijo la mujer sabia.
Quedaron recién nacidos huérfanos de padre,
viudas señaladas por la caridad,
madres de hombres velludos
petrificadas en bancos de iglesias
y perros en la orilla de la playa
esperando la próxima caricia de su amo.
Pasado lo peor, la vida se abrió paso con el hambre.
Los que habían llegado a tiempo regresaron a sus barcos.
«El mar no entierra, el mar abriga» —dijo la mujer sabia.
Fue gracias al sol que las lágrimas se secaron.
Donde hubo duelo germinó esperanza.
Donde hubo esperanza floreció vida y delirio.
Lo que brotó de la vida
perdió fruto en otros temporales.
Lo que surgió del delirio
se enamoró de las olas, la espuma y las rocas.
«El mar es la pecera, nosotros…
solo peces empecinados en respirar fuera del agua»
—dijo la mujer sabia.
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