«No hay bozal que resista cien latidos
ni extremaunción que redima a un niño»
Tal cual me lo dijo la panadera
antes de incinerarse en el horno
con su última hogaza.
No supe qué decirle a la policía.
Que si el sistema y la presión
se me ocurrió insinuar,
pero ellos se empecinaban
en descubrir cómo había cerrado, la mujer,
la puerta del horno desde dentro.
Ni lo sabía ni me importaba.
Era lo que ella había decidido.
Y lo había hecho después
de dispensarme 6 barras de pan gallego.
Me gusta el pan gallego
porque tiene buen congelar
—le explicaba al agente mientras él anotaba
en su agenda el teléfono de una clienta
que, aunque aterrada,
rezumaba aroma a pan gallego
como para alimentar a un ejército.
La multitud se aglomeró en la puerta.
Unos pocos querían saber si quedaba alguna barra,
otros muchos si la presencia policial obedecía a alguna tragedia.
Dos o tres preferían estar allí de pie
a estar en cualquier otra parte sentados.
Yo traté de irme.
Si el pan se enfría demasiado
ya no se congela con el mismo “sentimiento”.
«¿De qué demonios me está hablando?»
—me increpó el agente de la ley y el orden.
Solo de trigo, levadura, agua y sal —quise responderle.
No me atreví.
Nunca me hago el gracioso con alguien que lleva un arma.
Y eso que estaba en una panadería,
el único lugar del mundo donde una pistola
son aproximadamente 250 gramos de pan.
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