lunes, 5 de agosto de 2019

Dios, yo quiero ser poeta.



Hay un gramo de esperanza
en cada papelina de pesimismo.

Lo que pesa se carga hasta la orilla.

Todos sabemos que el barquero
aliviará el peso apenas pongamos un pie en el muelle.

Los que se van sabían más que nosotros
y los que nos quedamos
damos pasos atrás
tratando de recomponer
el camino que ha sido de otros.

Tenga o no tenga sentido algo de esto
me considero el jugador de póker
que gane o pierda está pensando
en la mujer que le regalará el siguiente polvo.

Superficial y metódico.
Espiritual y caótico.

Puedes encontrarme en la estantería
de un supermercado.
Al lado de los productos de liquidación.
Cada segundo cuenta
y contar algo no tiene sentido si nadie te escucha.

A menudo rezo a la televisión.
Sé que Dios está detrás de la pantalla.

«Esto es... —me asegura —, lo que pasa en el mundo
mientras Yo te distraigo.
¿A que ahora te consideras el elegido?»

Luego, cuando más allá de todo quedo yo
no me queda más remedio que darle la razón.

«Dios —le tuteo — para ya de darme señales.
Yo quiero ser poeta».

Y comienza a sonar algún disco de Leonard Cohen.





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