lunes, 26 de agosto de 2019

descolgué y era ella



(A Eugenio por el final. A Paloma por todo lo demás).




Cuando le preguntaba se iba.
Si me conformaba me rescataba.

A veces yo iba y entonces ella se acercaba
para después, cuando a mí me entraba el miedo,
susurrarme que nada era tan siniestro 
como yo deseaba.

Supongo que ni ella era mi recompensa
ni yo me parecía a su todo y nada más.
Quizá por eso me gustaba.
Quizá por eso seguía probando suerte conmigo.

Una vez el cartero llamó tres veces.
Teníamos el timbre averiado.
Culpa mía.
Me comprometí a arreglarlo más de cuatro.
Cuando pregunté a mi chica por el correo
me respondió que ninguna noticia llega del todo
 si el remitente no está claro.

Así se burlaba de mi.
Entre el desacato y la admiración.
Confundiendo una puerta abierta 
con la fosa común de cualquier guerra.

Descarada y tan humilde como sus ojos tierra y alga.

Provocando indefensión.
Indefendible para los idiotas.
Significando ida a su vuelta.
Sin entender la diferencia entre llegar,
no ser bien recibida,
querer y unos "Galerías Preciados"
a punto de doblar la esquina. 

Y yo allí. 
Sentado a sus pies, acariciando sus bestias indultadas.

¿Qué sentido tiene la absolución
cuando pecar no es sino la lectura 
de un mapa que conduce al precipicio?

Cuando le preguntaba se iba.
Si me conformaba me rescataba.

Imploré respuestas y sonó el teléfono.

—¿Diga?
—Soy tú.
Descolgué y era Ella. 















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