viernes, 23 de agosto de 2019

A todo lo que no entendía lo llamaba Selva.




A todo lo que no entendía lo llamaba Selva.
Se asustaba cuando llovía
y se desnudaba cuando cualquier bombilla
la iluminaba como lo hace el sol con todo.

«Sabe que no soy la mejor 
pero sí la más importante...
por eso me alumbra solo a mí» 
—decía.

Se llamaba como todas,
se peinaba como todas,
me quería como todas,
y si dejó la puerta abierta no fue por descuido.

Como todas sabía que un hombre sin traje
no sabe cuidar de nadie como dicta la Economía.

Como todas sabía que querer ser
no tiene nada que ver con una carretera bien alquitranada. 

Como todas sabía que de Roma llegan los caminos
y que a Roma hay que evitar ir en verano.

Una vez le pregunté por mi porvenir.
«No estaré a tu lado» 
—respondió sin dudarlo.

Ni lloré.

Ella sí.

«Nadie que pregunte por el siguiente paso
está a gusto donde está» 
—añadió.

Aún hoy, estando con ella, la echo de menos.
Desde que se fue nos ponemos crema en la playa.

Hay que evitar el cáncer de piel.
Sus manos se repiten cada vez que la vida me lastima.

Ojalá mi espalda tuviera ojos.

Ojalá ella no se apiadara de mí.

Ojalá me mirara solo una vez.








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