El último golpe le recordó
al sabor de la tierra
que le hizo tragar el matón del colegio.
Pero esta vez no había ningún Luis Carlos
ni nadie que se apellidara Alegre
propinándole una paliza.
Ni siquiera puños o piernas.
Podía abrir los ojos y mirar alrededor
que no vería venir la siguiente patada.
«¡Madre!» imploró.
"Madre" contenía todo lo que necesitaba decir.
Pero "madre" hacía tiempo que se mecía
entre la amnesia y los recuerdos estúpidos.
"Madre" ya no era ni siquiera padre.
Madre era cemento y aceite.
Yerma.
Madre era saco de grano podrido,
exceso de una próspera cosecha.
Madre se había ido
dejando sobre la cama
su último y más desgastado vestido
y un segundo apellido.
y un segundo apellido.
Por eso no dudó en derrumbarse.
Más allá del suelo no había "peor".
En eso consistía.
Esperar hasta que el arbitro
contara sus diez y lo diera por KO.
Levantarse antes suponía más golpes.
Esperar hasta que el arbitro
contara sus diez y lo diera por KO.
Levantarse antes suponía más golpes.
Quedaban rounds.
¿Cuántos huesos rotos necesita un hombre
para que lo declaren inútil en el ring?
«¡Levanta!»
se escuchó gritar
a una mujer entre el público.
Por lo visto era la hija del alcalde
que esa misma tarde se había afiliado
al partido de la oposición.
¿Cuántos huesos rotos necesita un hombre
para que lo declaren inútil en el ring?
«¡Levanta!»
se escuchó gritar
a una mujer entre el público.
Por lo visto era la hija del alcalde
que esa misma tarde se había afiliado
al partido de la oposición.
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