Labraba la tierra de sus amos
a lomos de dos asnos regalados
por las monjas de un asilo.
El comisario no le quitaba ojo.
Sus vecinos decían preocupados que aullaba
a las lunas "menstruaneras",
y que sus hijas no se le resistían.
Se llamaba Job
y ningún dios tenía intención
de ponerlo a prueba.
Un día desapareció sin más.
Nadie en el pueblo respiró aliviado.
Temían lo peor.
«Lobo oculto: carnicería inesperada»
—decían los que habían visto
fotografías de lobos en los libros
de la escuela.
«Lobo que no se ve: alma que ha poseído
para caminar camuflado entre nosotros»
—gritaban los que habían
escuchado a los que habían
visto las fotografías.
Se llamaba Job
y ningún dios tenía intención
de ponerlo a prueba.
No tardaron en aparecer
las primeras víctimas.
Desfilaban desnudas y sonrientes.
Con un bebé entre sus brazos.
Enfiladas hacia el final de sus vías.
Destilando armonía y felicidad.
Ebrias de abrazos, besos y esperma
con denominación de origen.
Sentenciando por todo ello a Job
ante los ojos de los hombres feos y estériles.
Se llamaba Job
y ningún dios tenía intención
de ponerlo a prueba.
Su cacería comenzó al día siguiente.
A cambio de su cabeza:
el culo virgen del hijo del alcalde.
Así lo había ofrecido
el grado espiritual más alto de la comarca.
«Sin duda es el miembro más bello
de la comunidad»
—afirmaron todos, al escuchar la recompensa,
excepto los dos ciegos homosexuales.
Y se quemaron tres bosques,
dos graneros abandonados,
y a una bruja que hablaba con él
cuando coincidían en la fuente de la plaza.
El humo lo haría salir o lo dejaría muerto
hasta el día del juicio final.
Era un buen plan.
Se llamaba Job
y ningún dios tenía intención
de ponerlo a prueba.
No ocurrió ni lo uno ni lo otro.
Ni entregado ni muerto se supo de Job.
Nadie lo volvió a ver.
Los sabios de la aldea
se vieron obligados a inventar la televisión
para que su mito se esfumara.
La última dama que preguntó
a las estrellas por su paradero
murió al día siguiente en la cuna de Judas.
***
Job mientras tanto, lejos,
yacía junto a la más virgen de las madres amazonas.
La mujer llevaba tiempo dándole cobijo en su hacienda
a cambio de follar al menos
una vez a la semana por sorpresa...
... y nunca los sábados.
Se llamaba Job.
Y a partir de ahí los dioses
comenzaron a prestarle atención.
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