sábado, 2 de junio de 2018

la balada del ahorcado






Escucho arar a los campesinos
mientras unas madres apuestan
a los dados la suerte de 
sus hijos castaños bordes.

El diablo dejó de existir
en la aldea desde que 
el nuevo cirujano
tuvo claro que morir y vivir
no dependen ni de la medicina
ni de la religión.

Y yo pienso en ella.

En su cabello largo 
y en su boca pervertida.
En sus hombros de ángel
y en sus caderas de hembra.
En sus pies descalzos 
y en sus manos de seda.

En sus palabras dichas a destiempo:

«El viento del sur salpica 
alientos esclavos 
mientras los paletos regresan con sus herramientas
entonando folclore de baja calidad musical.
No eres ni serás de aquí.
Tú eres hijo del mar y aquí solo hay campo,
terminarás por asfixiarte»

El juez más joven me reprende por mis dudas:

«Si has de infringir normas que sean
las que sé condenar.
No me lo pongas difícil que
tengo que llegar a casa a tiempo
de cenar con mi esposa y mis 
dos hijos de plástico»

Me acuerdo de todo a lo que he renunciado
por creer que era más importante
llegar a alguna parte que ser feliz un instante.

Y mirando a los ojos del verdugo le susurro:

«Tensa bien la soga, amigo, porque estoy lleno de amor
y a mí, el amor,
 se me ha escapado siempre que lo creía bien atado».

El encapuchado mira al juez y este asiente.

Es hora de autocrítica.
Es hora de enfrentarse a ser o no ser.

Hay dos formas de morir en la horca.

Y las dos te pertenecen.

La diferencia no depende del dios
al que hayas rezado.

Es una cuestión tuya.

Los huesos de tu cuello decidirán
si debes sufrir abandonando la vida
o puedes salir rápido
por la puerta que siempre se abre cuando,
lejos de haber leído a los clásicos,
optaste por escuchar a tu instinto.

No existe el cansancio, amigo,
existe la falta de imaginación.




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