Escucho arar a los campesinos
mientras unas madres apuestan
a los dados la suerte de
sus hijos castaños bordes.
El diablo dejó de existir
en la aldea desde que
el nuevo cirujano
tuvo claro que morir y vivir
no dependen ni de la medicina
ni de la religión.
Y yo pienso en ella.
En su cabello largo
y en su boca pervertida.
En sus hombros de ángel
y en sus caderas de hembra.
En sus pies descalzos
y en sus manos de seda.
En sus palabras dichas a destiempo:
En sus palabras dichas a destiempo:
«El viento del sur salpica
alientos esclavos
mientras los paletos regresan con sus herramientas
entonando folclore de baja calidad musical.
No eres ni serás de aquí.
Tú eres hijo del mar y aquí solo hay campo,
terminarás por asfixiarte»
No eres ni serás de aquí.
Tú eres hijo del mar y aquí solo hay campo,
terminarás por asfixiarte»
El juez más joven me reprende por mis dudas:
«Si has de infringir normas que sean
las que sé condenar.
No me lo pongas difícil que
tengo que llegar a casa a tiempo
de cenar con mi esposa y mis
dos hijos de plástico»
Me acuerdo de todo a lo que he renunciado
por creer que era más importante
llegar a alguna parte que ser feliz un instante.
Y mirando a los ojos del verdugo le susurro:
«Tensa bien la soga, amigo, porque estoy lleno de amor
y a mí, el amor,
se me ha escapado siempre que lo creía bien atado».
El encapuchado mira al juez y este asiente.
Es hora de autocrítica.
Es hora de enfrentarse a ser o no ser.
Hay dos formas de morir en la horca.
Y las dos te pertenecen.
La diferencia no depende del dios
al que hayas rezado.
Es una cuestión tuya.
Los huesos de tu cuello decidirán
si debes sufrir abandonando la vida
o puedes salir rápido
por la puerta que siempre se abre cuando,
lejos de haber leído a los clásicos,
optaste por escuchar a tu instinto.
No existe el cansancio, amigo,
existe la falta de imaginación.
Me acuerdo de todo a lo que he renunciado
por creer que era más importante
llegar a alguna parte que ser feliz un instante.
Y mirando a los ojos del verdugo le susurro:
«Tensa bien la soga, amigo, porque estoy lleno de amor
y a mí, el amor,
se me ha escapado siempre que lo creía bien atado».
El encapuchado mira al juez y este asiente.
Es hora de autocrítica.
Es hora de enfrentarse a ser o no ser.
Hay dos formas de morir en la horca.
Y las dos te pertenecen.
La diferencia no depende del dios
al que hayas rezado.
Es una cuestión tuya.
Los huesos de tu cuello decidirán
si debes sufrir abandonando la vida
o puedes salir rápido
por la puerta que siempre se abre cuando,
lejos de haber leído a los clásicos,
optaste por escuchar a tu instinto.
No existe el cansancio, amigo,
existe la falta de imaginación.
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