Las palabras del médico lo liberaron.
«Tiene cáncer de pulmón.
No acabará el verano».
«Doctor... nunca he fumado.
He tenido miedo hasta de respirar»
«¿Qué piensa hacer ahora?»
Salió de la consulta sin responder a la pregunta.
Corrió a la casa de sus padres.
Nadie salió a recibirlo.
Su madre no podía.
La ceguera le impedía levantarse sola
de la mecedora de la salita.
Su padre hacía tiempo que faltó.
Lo sustituía un enfermero
lleno de barba, grasa y mal olor corporal
que entre trago y trago,
entre cigarro y cigarro,
la llevaba de la cama a la silla
y de la silla a la cama,
así, con cuidado, para hacer durar lo máximo
su contrato por obra y servicio.
«madre, os esforzasteis por nada...
voy a morir joven...
por lo visto algo ha envenenado mis pulmones»
La madre acarició su rostro
y torciendo la boca en un intento de sonrisa
se limitó a decir:
«Tú ya naciste lleno de veneno.
Ni tu padre ni yo nos soportábamos.
Ojalá hubieras muerto como el que quiso llegar antes que tú,
pero te empeñaste en ser de otra manera,
te negaste a aprender nada de nosotros»
Y dejó de envidiar la vida
para afrontar su último verano
como si nunca hubiera tenido padres.
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