Las oportunidades se suceden a sus espaldas.
Ella no las ve.
Cree que un dios cabreado
la ha elegido para sustituir a su hijo
en su ascensión al Calvario.
Ella es, o se ha hecho así:
Única y abandonada,
y solo los fariseos saben
hacerla sentir bien.
Yo mientras tanto le doy el beso de buenas noches
y rezo al único demonio que aún me escucha.
Le ruego que la saque de su insensatez.
Le suplico que le muestre la verdad.
«¿Cual de ellas?» me pregunta.
«¿Quién te está rezando?» le pregunto yo.
Y me entiende.
Por algo es demonio.
Porque está más que capacitado
para comprender las miserias del hombre.
Al amanecer, recién ella abre los ojos,
le pregunto por sus sueños.
No ha dormido bien.
Se lamenta de su vida.
No está contenta con la suerte
que le dan sus dados.
Y mientras lo dice
una copa de vino vacía estalla
en la estantería donde guardamos la vajilla de la boda.
Yo sonrío.
Sé que mis plegarias han comenzado a dar sus frutos.
Mi demonio ha decidido echarme un cable.
No pasará mucho más tiempo hasta que se folle a otro
y pueda usarme a mí de excusa para otra de sus cuaresmas.
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