Me levanté. Era domingo y temprano.
«Tienes papada» —me dijo cubriéndose con la sábana
aparentemente ruborizada.
Lo sé de sobra aunque me sorprendió
que por la noche no le importara.
«Deberías cuidarte más y beber menos»
Lo sé de sobra aunque me sorprendió
que por la noche no le importara.
Me planteé si responder a sus apreciaciones.
Consideré si era digno justificar
con alguien que acababa de despertar
lo que para la que se acostó a mi lado por la noche
no suponía ningún problema.
«En realidad no sé porqué sigo contigo...
tu magia ha desaparecido.
El último conejo que apareció de tu chistera
llevaba muerto más de cien funciones» —sentenció.
Y ya no me pude resistir.
Según los manuales de la psicología moderna
no podía consentir que me trataran así.
Así que dije:
«Si no te gusto vete... yo no puedo abandonarme.
Supondría reconocer que no estoy satisfecho con el semen
de mi padre y el óvulo de mi madre»
«¿Eso es todo lo que vas a hacer por retenerme?»
—se indignó.
Lamenté que no lo considerara suficiente
cuando la vi subirse al autobús,
pero sabía con certeza que era lo mejor
para ella.
Mi padre me lo dejó claro antes de morir:
«Te quiero tanto que no quiero
que estés a mi lado cuando no me reconozcas»
—me indicó.
Lo que me jodió un poco
fue verla llorar mientras se alejaba
apoyando su mano derecha
contra el cristal de la parte de atrás.
¿Lo peor?
La compañía de viajes no vendía
billetes de ida y vuelta.
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