Cogió el tren en sentido contrario.
Cuando el revisor le pidió el billete
se bajó las bragas y le ofreció
compartir un helado.
Se casaron en la estación anterior
y nunca llegaron a su destino.
Ella se llamaba Vida
y él Ocaso.
Prefirieron no tener descendencia,
visitar los cementerios los domingos
y pasear por los paritorios
los lunes a primera hora.
Ella le fue infiel a eso de un jueves.
Por lo visto Ocaso
estaba muy seguro de sí mismo
y eso hacía sentir a Vida
como una mujer a la deriva.
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