Miraba al mar
desde la misma distancia
que me hablaba de ella.
A su alrededor
ningún marinero
levaba anclas
ni izaba velas.
Conocía su plato preferido,
el color de sus ojos dormida
y las razones que ahogaron
a otros antes de abordarla.
A mí me importaba
“llegarla” a puerto.
A ella que yo supiera nadar
—me pareció escucharla decir
alguna que otra vez en sueños.
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