viernes, 17 de agosto de 2018

lo frágiles que son nuestros hígados.





 Tan sencillo como escuchar canciones que sepan contar algo.
Tan fácil como eso y tener a mano una mujer bonita,
un cuaderno con más páginas en blanco que escritas
y más ganas de conocer que de ser conocido.

Da igual el estado de las paredes.
El genio que gaste el presidente de tu comunidad
y las veces que la policía te visite para encarrilarte.

Lo importante es que sepas apreciar 
los gestos de los demás por lo que son en realidad:
de los demás.

Si consigues que los besos que se dan a tus espaldas
no te dejen moretones en el pecho
ten seguro que aprenderás el valor real del amor.


No es difícil.
Se trata de no apostar por más justicia 
que la que condenaría a tu madre por puta 
y a tu padre por putero.

El calor, el sudor pegajoso, los mosquitos impertinentes...
son solo intervenciones pueriles de algún demonio revoltoso
que insiste en que reniegues de todo lo bueno
que el dios que hayas escogido te esté regalando a estas alturas de tu vida.

Las divisiones del mundo te resbalan cuando encuentras esto.

Y ¡cuidado!

¡Van a acusarte de colaborar con el otro bando cada uno de los bandos!

Es lo malo de tu independencia.
Las mayorías irán a por ti.
Demasiado cobardes para enfrentarse entre ellas.
Demasiado inteligentes para joderse el negocio.

Pero tampoco hay que preocuparse demasiado.
Llegará otro domingo y todo se paralizará.
Los malos y los menos malos 
tendrán que ocuparse de sus resacas
y tú y yo de la nuestra.

Ese es el único momento en la cuerda del tiempo
en el que todos nos parecemos...

... cuando el alcohol de la noche anterior
nos recuerda
lo frágiles que son nuestros hígados. 







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