miércoles, 9 de agosto de 2017

mi particular holocausto


Tumbado boca arriba en una cama desecha
me pregunto cuando fue la última vez
que te ruborizaste al acostarte con un hombre.

En realidad debería ser yo ese hombre, me digo.

Y el ventilador barato que compramos
para superar los días de agosto
se queda atascado en una posición
que me niega cualquier viento a favor.

No extraigo ninguna moraleja de la avería. 
Sería jugar al dolor por el mero hecho
de arrancarme unos versos fáciles.
Y la poesía que busco está más allá
del sufrimiento que permite escribirse.

Que por qué no escribía de cosas bonitas
me preguntó mi madre siendo adolescente.
Ni siquiera hoy tengo claro el porqué.

¿Porque lo bonito se disfruta?
¿Porque cuando se disfruta de algo 
no vale la pena interrumpirlo para 
escribir sobre él?
¿Porque narrar la felicidad de uno es ser un capullo?

Si estás feliz sonríe y punto.
No vas a contagiar buen rollo 
proclamando al resto tu buena suerte.

Si quieres difundir la belleza de la vida
limítate a sonreír.
Esa es la única herramienta para conseguirlo.

Sino...
¿cómo lo hubieras hecho tú en un campo de concentración?
¿Contando que de todos los nazis, el más guapo y ario,
era el que te había golpeado con la culata de su fusil
para esclavizarte ese día? 

Mira tú por donde el ventilador vuelve a girar.
Quizá haya un Dios que se ha asustado
al darse cuenta de hacia dónde desfilaba mi pensamiento.

Quizá ese Dios esté obsesionado con que te quiera.
Y se esmera,
se esmera para conseguir que no analice cada uno de tus movimientos.
Para que simplemente seas una de esas "cosas bonitas"
sobre las que no hay que escribir...

y disfrutar... 
...disfrutarte.

Hay gente que llamaría a esto "oración". 
No me importa.
De sobras sé que eres la respuesta a cualquier plegaria.

Aquella camisa a cuadros que no era tuya...
Aquel momento fortuito que no era nuestro...
y tu sonrisa... la sonrisa que me salvó de mi particular holocausto...

No... no pueden ser obra del ser humano. 













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