«ya no te quiero» —me dijo ella.
Entendí que ya no quería jugar más.
Recogí mis cromos
y me fui a la casa de la bruja.
Allí al menos olía a puchero
y el resto de los niños tenía más miedo que yo.
No tardó en venir a buscarme.
«Me falta el que no sale nunca»
—se lamentó.
A la bruja le gustaron sus andares.
«Huesos tiernos» —susurró a su gato.
El bicho se relamió.
Yo le guardé su album
mientras ella se quitaba la ropa
para darse un baño caliente.
Los demás me miraron mal.
Sospecho que me acusaban
de no haberla advertido a tiempo.
Luego les mostré los cromos repetidos
y me aceptaron en el grupo.
Cada vez quedamos menos
aunque comemos de caliente todos los días.
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