Subió la piedra más pesada al altar
y la piedra se supo importante.
Cuidaría de las demás piedras —prometió.
No había necesitado piernas ni brazos
para ascender a la cumbre.
Se había aprovechado de la necesidad
de la escavadora por escavar más allá del suelo.
Luego llegó la lluvia y el mar.
El viento y la nieve…
y todas las rocas rezaron a la escavadora
implorando al cielo
ser sótano
y a los sótanos cuidarse de las ratas.
Todavía algunos pedruscos
escarban en la basura en busca de fuerzas.
Nada va más allá de sus intenciones.
Se desdicen diciendo…
Y es que ya lo advirtió el oro:
«Nadie me escoge en el desierto»
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