La conocí después de su primera comunión.
Llevaba 40 años besando a discreción
a hombres con cantimploras agujereadas.
Le consulté por mi futuro.
Por lo visto las cartas que me salieron
carecían de remitente.
«Estás de paso… has olvidado tu origen
y nunca te preocupaste de entender los mapas»
—me reveló dándome un beso húmedo.
Me pareció una buena razón para quedarme.
Pagué y me echó de su casa.
En mi opinión no había acertado en nada.
Sobre mi origen había leído mucho como para olvidarlo.
Y entendía los mapas… solo que no sabía abrirlos.
Algunos años después la volví a encontrar en una feria.
Se hacía llamar de otra manera
y pronunciaba mi nombre como si fuera bíblico.
«¿Subes?» —me preguntó empujando
la portezuela que daba a un vagón para parejas —
«Algunos lo llaman el Túnel del Amor…»
«¿Cómo lo llamas tú?» —me interesé.
«La ruleta de la fortuna» —respondió sonriendo.
Subí.
Tuve nauseas a la tercera vuelta y vomité.
«Así no ganarás nunca» —me dijo al abandonar la atracción.
«No es culpa mía que me maree en la noria» —me excusé.
«Nadie lo hace si sube enamorado» —sentenció.
Quise besarla…
… pero odiaba el olor a vómito y había cola.
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