Me la crucé en la estación de autobuses.
No pedía dinero.
Su escote rebosaba tetas
y en mi opinión le faltaban pantalones.
Se me acercó para pedirme un cigarro.
De aquellas yo no fumaba.
No le importó.
Se trataba de pedir —me aclaró.
«¿Me darías un hijo?» —añadió.
«¿El de quién?» —respondí divertido.
Ella rió.
Yo reí.
Tampoco ella fumaba por lo visto.
Más tarde la encontré con otra mujer en la cama.
Quise participar.
«No lo estropees» —me pidió —
«te escogí porque te considero un buen tipo»
Fui hasta la nevera y me pelé un melocotón.
Acabado mi manjar
la otra mujer entró en la cocina:
«No hay quien soporte a tu chica.
Deberías comprarte un perro» —me espetó.
Luego abrió el frigorífico y lo olisqueó.
No cogió nada.
Cerró asegurándose de que quedaba bien cerrado.
Se vistió y se fue.
Yo regresé al cuarto de mi pareja.
«¿Todo bien?» —pregunté.
«Te amo tanto…» —respondió.
Aunque no follamos ella se recostó en mi pecho.
Me agradaba el calor de sus lágrimas.
Me recordaba a la estación de autobuses
donde nos conocimos.
Aquel lugar sabía mucho de despedidas.
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