Se negó a sembrar.
Consideraba la recolecta
una forma de codicia.
Luego se enamoró
y entre dos coches aparcados
tuvo su primer orgasmo.
Sus padres se alegraron
y sus “mejores” amigos
por fin pudieron decirle:
«Sabíamos que cederías…»
La boda se celebró por todo lo alto
y en la lista de bodas
no faltó el televisor.
Una cadena emitió
un programa de jardineria.
Por lo visto —decían —,
si metías una semilla
en un recipiente de barro
lo minúsculo se convertía
en otra cosa más grande.
Días después la policía
buscaba el móvil del crimen.
¿Qué sentido tenía aquel asesinato?
Todo lo que tenían
era una maceta, unos genitales
y una hoja escrita:
“¡Cuidado!
¡No regar!
Podría dar frutos”
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