De cuando en cuando abro el capó de mi coche.
Compruebo el aceite, el anticongelante y el líquido de frenos.
Luego me aseguro de que alguien me esté mirando
y lo cierro con expresión de aprobación.
El tipo del bar que hay en la esquina
siempre me tiene preparada una tapa de anchoas
y una cerveza bien fría.
«¿El coche, bien?» —me pregunta recogiendo mis monedas.
«Será cosa de los neumáticos» —le respondo.
Él asiente y se aleja a servir a las mesas.
Nunca reviso los neumáticos.
No encuentro sentido a hacerlo
cuando por otra parte me atrevo a subir a aviones y atracciones de feria
sin exigir el certificado de calidad de quien sea que tenga que otorgarlo.
Aún así nunca he dejado embarazada a una mujer
ni el banco me ha llamado para recordarme nada.
Lo peor que me ha pasado en la vida
tenía nombre de virus y secuelas de exceso de placeres varios.
Hay pasajeros en vuelo ahora mismo
a la merced de tipos más perdidos que yo.
Unos me dicen que tengo suerte.
Otros que la vida me dará lo que merezco.
Pero a mí me interesa lo que piensan los hijos que no he tenido.
En mi opinión la mejor respuesta es la que nadie te va a dar.
Mi abuela siempre me acusó de ser una plaga:
«Arrasas por donde pasas
y las pasas son buenas para la memoria»
Mi madre me contó que, como a ella,
le encantaban las anchoas.
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