Ella me dijo:
«Eres un buen hombre».
Después acunó a su cría
y recitó varios versos de poetas borrachos
mientras adoraba a una vela apagada.
La tierra tembló debajo del mar
y mis pies comenzaron a dolerme
de la misma manera que de niño me dolían las muelas.
Aún así no me caí.
Una voz me advertía entre los árboles del bosque
que mi padre había pasado por lo mismo
y sin embargo supo ocuparse bien
de que su reloj estuviera en hora.
Nadie es persona hasta que no cuida de otro.
Cualquier otra cosa
es el verano que escuchó hablar del invierno.
Un otoño enamorado de la primavera.
La promesa que nos hicieron
de que existir tenía recompensa.
Nada de nada o algo parecido.
Yo no supe qué contestar.
Me educaron para dar las gracias
solo previamente humillado.
Ella me trataba como a un igual.
Valoraba mi piel como la suya
y tejió una manta para cubrir
una cama en la que cupiéramos los dos.
¿Qué hacer? ¿Qué decir sin parecer carnívoro?
Los "síes" de mis maestros
volaron a lomos de las almas que admiré.
Los "noes" de los hijos que no tuve
se arrastraron para aparearse con lombrices.
Nadie debería cubrirse con ropa si no cuida de otro.
Cualquier otra cosa es la palabra que engaña.
La picadura de la ortiga que te tomas
en la infusión recomendada por tu dominical preferido.
Tan nada como el todo del muerto.
Tan todo como la manada que nos precedió
en Madrid, Valencia o la rotonda más cercana
a la vuelta de tu fiesta borracho.
Ella me lo dijo:
«Eres un buen hombre»
Yo no me lo creí.
Aún así la ruina de este país
me resultó algo más liviana.
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