lunes, 11 de marzo de 2019

curaba al niño la herida.



Dibujo: Paloma Sorribes.


Curaba al niño la herida.
Y mientras lo hacía
al chico se le abría una brecha
entre su amor
y el dolor de sus cuidados.

El niño era bueno.
Su animal preferido era el zorro.
Por astuto decía.
Y yo contaba, viéndolo llorar,
 cuantos zorros muertos adornaban
los cuellos de cuantas madres.

Traté de aliviar su dolor.
He leído que los abrazos
son mejores que el paracetamol.
Pero algo le dolía al chiquillo más 
que la química a la voluntad.

«¿Por qué lloras niño?»

«Mi mamá me quiere vivo 
por encima de mi peor segundo
de existencia»

Encargué entonces un requiem
por aquellas lágrimas sinceras.
30 monedas de plata
y la promesa de no arrepentirme
fue todo lo que me pidió
el maestro Sepeliens.

No hubo funeral.
Al menos no por el niño.

A la madre la enterraron bajo el barro.
Tierra blanda para su alma osada.

Estiércol en suelo fértil
para la próxima generación de soldados.









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