Lamentó que sus relojes no dieran la misma hora
y que sus sentimientos cogieran distintos autobuses cada mañana.
Barajó la posibilidad de cambiar los despertadores de las mesitas.
A fin de cuentas eran los responsables de
convocarlos a cada nuevo día...
Lamentó que la distrajeran los pájaros que emigraban
utilizando los últimos rayos de sol
mientras él apostaba por el asfalto
y el caucho de las ruedas de su coche familiar.
Lamentó que el futuro no le pareciera tan seguro
como su peor ofrenda.
Lamentó que los maestros de la escuela
la hubieran engañado haciéndola creer que emprender es lograr.
Y de paso se cagó en la luz azul que abrasa a los ángeles
que no tienen más maldad que la inocencia
y el altruismo en coches de segunda mano.
Lamentó haberla tenido aún sabiendo que nadie es de nadie
y que se haga lo que se haga la razón de cualquier herida para cicatrizar
no es otra que dejar una cicatriz que la recuerde década tras década.
Se lamentó de no haber sido hábil para explicarle
que ningún amante lo es sino lo pierde todo por amor
y que ningún amado merece a un perdedor.
Que él no había inventado nada,
que el miedo a la paz y la armonía
es tan digno como el que teme encontrarse
en mitad de la guerra y el caos.
Lamentó que las cosas salieran
como auguraron las peores voces en su boda.
Los dos bailando ajenos a lo que el aparca-coches ciego
les advirtió cuando ella le regaló su ramo
y la mejor propina de los últimos seis meses.
y que sus sentimientos cogieran distintos autobuses cada mañana.
Barajó la posibilidad de cambiar los despertadores de las mesitas.
A fin de cuentas eran los responsables de
convocarlos a cada nuevo día...
Lamentó que la distrajeran los pájaros que emigraban
utilizando los últimos rayos de sol
mientras él apostaba por el asfalto
y el caucho de las ruedas de su coche familiar.
Lamentó que el futuro no le pareciera tan seguro
como su peor ofrenda.
Lamentó que los maestros de la escuela
la hubieran engañado haciéndola creer que emprender es lograr.
Y de paso se cagó en la luz azul que abrasa a los ángeles
que no tienen más maldad que la inocencia
y el altruismo en coches de segunda mano.
Lamentó haberla tenido aún sabiendo que nadie es de nadie
y que se haga lo que se haga la razón de cualquier herida para cicatrizar
no es otra que dejar una cicatriz que la recuerde década tras década.
Se lamentó de no haber sido hábil para explicarle
que ningún amante lo es sino lo pierde todo por amor
y que ningún amado merece a un perdedor.
Que él no había inventado nada,
que el miedo a la paz y la armonía
es tan digno como el que teme encontrarse
en mitad de la guerra y el caos.
Lamentó que las cosas salieran
como auguraron las peores voces en su boda.
Los dos bailando ajenos a lo que el aparca-coches ciego
les advirtió cuando ella le regaló su ramo
y la mejor propina de los últimos seis meses.
«No hay Idus de Marzo que puedan asesinar a nuestro César»
recordaba que ella le respondió simpática, crecida y borracha de promesas.
Ahora él se preguntaba si quizá la propina no fue suficiente
o si es que da mal fario reírse de quien nos avisa de la curva.
Lamentó haberla perdido de vista cuando ella
se adelantó y entró en aquel callejón que la policía del amor
les había advertido no visitar durante su luna de miel...
¿Lo peor?
Se lamentaba hasta el narcisismo de no saber
qué le impidió acelerar el paso para detenerla.
Ahora él se preguntaba si quizá la propina no fue suficiente
o si es que da mal fario reírse de quien nos avisa de la curva.
Lamentó haberla perdido de vista cuando ella
se adelantó y entró en aquel callejón que la policía del amor
les había advertido no visitar durante su luna de miel...
¿Lo peor?
Se lamentaba hasta el narcisismo de no saber
qué le impidió acelerar el paso para detenerla.
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