domingo, 27 de marzo de 2022

resucitar en el paredón.


 


Se alojaron en mi cerebro

con el pretexto de que pertenecía a su nido.

Tenían la razón y además

sabían dármela.

Estaba del lado de los buenos.

Encendí le mecha

y estalló la bomba.


Yo amaba a mi pareja,

ella me besaba antes de dormir.

Aún así quería morir.

Lo único que me importaba 

era que Dios me esnifara.

Necesitaba ser su droga.

 

Todo lo que logré fue 

no acertar con la colada.

Me resultaba difícil separar

la ropa de color de la blanca.


Tuve que ir a desintoxicación.

Por mi bien — me aseguraron —

si no distinguía los colores

era porque había 

tomado más suavizante

del que me aconsejaban los míos.


Estuve vomitando más de cien años.

Solo así se compadecieron de mí

y me llevaron al médico:

«Este hombre se muere.

Ni ha entendido, ni ha hecho por entender»

—dijo el matasanos.


Mi pareja me visitó en el quirófano.

«Sé que te contamino pero te amo»


La miré con la vida que me quedaba

y le pedí un beso.

Antes de dármelo me habló 

de nuestros veranos y la desnudez.


Tuve una erección y cerré los ojos.


Luego resucité y me acribillaron a balazos. 





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