La princesa desesperada esperaba
a que el rey acabara su cerveza.
El príncipe valiente
había ido a cobrar su recompensa.
Si alejaba del reino al dragón que
merodeaba cerca de su “jaula”
podía quedársela.
Se le ocurrió atar su pelo
a la pata de la cama y tratar
de deslizarse desde la ventana.
Su madre la había advertido:
«Una mujer que se corta la melena
no puede tener buena suerte».
En efecto: no había cabello
ni para hacer el primer nudo.
Buscó en Google como salir de aquellas.
Era cierto que el príncipe era guapo
pero ella prefería el “satisfyer”
y fantasear con que fuera su madrastra
la que le hincara el diente a sus pezones.
Google la censuró.
«Consulte condiciones con el rey de su reino o
¿quizá quiso decir videos de gatos?».
—obtuvo como respuesta a su reclamación.
Faltaba poco.
Por la escalera se escuchaban
los pasos borrachos de padre y prometido
subiendo a su alcoba.
Cerrando los ojos saltó al vacío
rezando a la diosa naturaleza
para que la recogiera en sus brazos.
La enterraron fuera del cementerio.
Como a todos los suicidas.
El único que llevó flores a su tumba fue el dragón.
Se sentía culpable de la tragedia.
Solo pretendía averiguar
en qué peluquería la peinaban.
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